Me hablas de distancias, que no es otra cosa que kilómetros más kilómetros que nos dispersan y nos hacen imposibles y lo bueno es que estamos lejanos porque de otra forma ya nos estaríamos odiando hasta el cansancio, tú seguramente con ese silencio que acostumbras y yo trasplantando historias para atacarte a la primera oportunidad. La imposibilidad de verte no es un país, ni un visa, ni lo helado que es ese lugar, la imposibilidad se llama no reconocernos a la brevedad, se llama negarnos lo que somos y no querernos quitar la ropa a la primera, sino después de mucho regateo, después de tres o cuatro copas y cien mil versos que tengo que citar de memoria. ¿Distancias?, no es otra cosa que kilómetros y más kilómetros de tierras que sangran, que se cubren de blanco, que se esconden en océanos, lagos o ríos caudalosos, distancia es esta inmovilidad del cuerpo crucificado, del cuerpo quemado, del cuerpo escondido en un lugar imposible, y es la desunión total de lo que somos, de nuestras manos que dejaron de apartar nuestros muslos para dejarnos perdidos entre nuestras piernas, sin saber que eso algún día nos destruiría. Distancias es un país infectado de soldados, pagados por el miedo a que otros se adueñen del «negocio».
La distancia también es lejanía, conspiración y una caja de huesos desbaratados.
Me duelen los músculos de tantos suspiros, malgaste mis sueños y sobre todo las horas que deje de escribir pensando en ti, malgaste tu silencio, pues en el estaba la oportunidad de olvidarte y deje que a la primera de cambio me habitaras de nuevo, con toda y esa distancia que es tantas cosas y a la vez nada. ¿por dónde ando yo?, escondido en tugurios en latitudes donde los soldados son huérfanos de lo que más quieren.
Las distancias son la soledad de unos días después de marzo, cuando el sol se ha encargado de alejar todo el frío que nos corta la piel y el alma se desbarata por no volverte a ver.