Dios tiene las tetas grandes. No me acuerdo cuando fue, ni tampoco la hora, quizá entre las 9 y 10 de la noche, o algo así, aunque eso no importa del todo.
Todo lo que hacía era llegar y sentarme con un puñado de solicitudes, tenía que coger algunos apuntes para saber con precisión como programar la máquina del tiempo. Es como agarrar un plano y observar calles. En realidad era fácil, si sabías lo que estabas haciendo. Algunos programadores suelen llevarse mucho tiempo entre una ruta y otra, llevan su ritmo y dicen que solo así les resulta imposible equivocarse. Ante ellos yo llevaba mucha desventaja, sin embargo me ajustaba a sus tiempos y a las exigencias de los aventureros. Solía ser el primero en llegar y el último en irme. Nunca tenía prisa.
Después de hacer una programación, había tiempo para todo. Podía sentarme y leer un buen libro, a veces me gustaba leer la poesía de Bukowski, él era experto en Máquinas de follar y llegue a pensar que lo mío era aburrido: Máquinas del tiempo, era como un sueño, algo incomprensible y para algunos todavía un imposible. Mientras dejabas que el programa corriera (por lo regular le dabas de una o dos horas a los aventureros, a menos de que fuera algo especial), tenías tiempo, de comer o de tomar el teléfono y llamar a las amigas. Fue en una de esas programaciones que llego una jovencita, debo decir que las mujeres jovencitas no suelen venir a nuestras máquinas, por lo regulares son personas en la tercera edad y la gran mayoría suelen ser mujeres. Ella, la jovencita ya había venido otras veces. Me contó que le gustaba la ropa sexy, atrevida; cuando iba a solicitar nuestros servicios, nos pedía cosas extrañas y casi siempre, al final de cada sesión nos contaba sus experiencias. Me gustaba. Pasaba a la máquina, le pedías que se recostara, le tocaba la cintura y en ocasiones las rodillas desnudas, incluso podía tocar un poco más arriba y ella sonreía, mientras se movía de un lado a otro, la idea era dejarla en la mejor de las posiciones mientras duraba el viaje. Ella soltaba una exclamación cada que la tocabas, ¡OOOOOOOhhhhhhhhHHH!, y suspiraba muy fuerte, me atrevería a decir que hasta se sonrojaba. Se sumergía en un sueño placentero, pero antes volvía a decir: ¡OOOOOoooooh, muchas GRACIAS!
La mayor parte del trabajo lo hacíamos por la noche o por la madrugada, el viaje resultaba más preciso en esas horas, aunque no tengo idea de porque era así.
Ella se levanto de la cama de programación. Tenía el vestido húmedo(un mini vestido que te dejaba ver más de lo que pudieras imaginar), y era claro que estaba excitada. Me la había puesto dura.
—Dios tiene las tetas grandes y hermosas—dijo ella
Las historias. Las historias. Los perros. Los sueños. Ella en esa ropa tan sexy.
—¡Otra vez! ¡Hazme viajar otra vez! —dijo ella—mientras se tocaba su humedad. Llévame a la cruz.
Me dieron ganas de decirle que eso era imposible, que tenía que programar una cita, que había gente esperando su turno desde hacía muchos meses y que tenía que comprender. Sin embargo no resistí la tentación de volverle a tocar las piernas, las rodillas, los muslos y porque no las tetas. Ella estaba excitada, y a mí me dolía, el que estuviera tan dura. Salí de la sala y le dije a la persona que estaba en espera que el equipo se había desajustado y que me llevaría parte de la noche en volverla a calibrar. Le ofrecí una cita abierta a cualquier hora del día. No hubo problemas aparentemente.
Otra vez, de vuelta a la máquina del tiempo. Es donde ahora estaba ella. Es una noche complicada; relámpagos, truenos, lluvia intensa. Apenas puedo ver el nacimiento de sus pechos desde la posición en la que estoy, no puedo ingresar a la sala donde ella se encuentra porque la mínima variación cambia el rumbo y un aventurero se puede perder. Desde el sur del río Bravo, hasta la otra frontera, la lluvia no deja de silbar, es esa música que no tiene fin y algo taladra ese lugar que es mi conciencia y vence sus cerraduras. Dios tiene las tetas grandes y lo imagino en la cruz, con su corona de espinas, mientras que nadie lo viene a buscar porque tiene las tetas grandes, porque Dios no era hombre sino mujer y nadie lo encuentra porque no saben que buscar. Los años que llevo encima me desmayan, sigo tan duro como al principio y el dolor me lastima y se que tengo que continuar con el viaje que le he trazado, pero quiero sacarla de la máquina y contarle de mis pesadillas, de esta realidad diaria y nada inventada, quiero contarle que decidí no esperar más, que deseo su aliento desde la primera vez que la vi, pero mi imaginación me detiene. Observo. Puedo observar porque ella me regala una imagen y Dios está en la cruz, con su corona de espinas, sangra, llora y tiene las tetas grandes. Huele a paraíso, mientras alguien ha moldeado el cuerpo de ella, lo ha hecho casi perfecto a semejanza del Dios que tiene las tetas grandes y descubro que ella es lo que he soñado cuando digo tener los pies sólidos, en la misma arcilla que nos dio forma.
En el fondo yo quería hablarte de los perros, de esos perros hambrientos que no abandonan sus calles. La chica se despertó, tenía el rostro de una mujer feliz (si alguien no ha visto nunca a una mujer feliz, no sabe lo que se está perdiendo), el vestido estaba más húmedo que hace un rato. Ella se acerco hasta mi. Me tomo entre sus brazos y me dio un beso.
—Gracias —dijo ella, mientras que olías sus humedades—. Si quieres puedes venir por lo que queda de la noche a casa. Agrego.
Subimos la escalera que lleva a su departamento, ella subió por delante y me dejaba ver en su entrepierna. El recorrido no podía durar eternamente, pero lo habría deseado. Entramos. Me tomo entre sus brazos y volvió exclamar: ¡OOOOOOOOhhhhhhHHHH!, nos quedamos sin ropa. Dios tenía las tetas grandes y ella era a imagen y semejanza de Dios. Perfecta.
Al otro día, tendría que regresar a esa absurda realidad, a programar viajes en la máquina del tiempo, mientras que alguien se estaría divirtiendo con la máquina de follar de Bukowski, por un segundo pensé que la vida no tiene sentido sino vives inmerso en esa realidad que te corresponde, por muy agria o triste que nos parezca. Huele a paraíso me dije al llegar y era cierto. Ella esta ahí y me recordaba las tetas de Dios. Ella era perfecta.