Todos los días te levantas con la esperanza de que hoy sea el último. Pero no. Nada es como antes o al menos nada parece indicar que así sea, todos guardamos silencio y salimos a la calle fingiendo que nada nos puede pasar, que somos muchos, que somos invencibles o que el destino nos va a cuidar. No es cosa del destino, como tampoco es una cuestión de suerte y, mucho menos se trata de que Dios se encuentre o no enojado con nosotros, o el que Apocalipsis, nos alcanzo ya, podría jurar que Dios, ni siquiera se ha enterado de lo pasa afuera de nuestras casas todas las noches y a cualquier hora, no es como tener un mal día y pensar que al siguiente todo será mejor, nuestra aparente rendición, nos llama a la puerta todo el tiempo, es como un vendedor de enciclopedias, de esos vendedores que hace mucho tiempo dejaron de tocar las puertas de nuestras casas porque la tecnología los desplazo, en este instante, juro con el alma en ello: que hoy quisiera no escuchar nada de esto, no ver como las ciudades se van despoblando y no tener claro a donde van a parar los sueños. El sueño americano, la idea de cruzar una frontera para tener una mejor vida, un mejor empleo, un mejor todo, ya no existe, ya no se trata, de la pobreza del mexicano buscando un destino, una oportunidad, eso ya no importa, ahora el que puede huye, se refugia del otro lado, se lleva sus negocios, su vida, sus hijos, su mundo, y si puede a unos cuantos amigos. Basta con cruzar el río para olvidarse de todo, para escuchar las noticias de un mundo que parece lejano, un mundo que se encuentra a unos cuantos metros, donde los que nos hemos quedado, pensamos que ese no puede ser el final y recurrimos a medidas o actos desesperados, donde una chica de veinte años, toma el mando policial de un pueblo y tiene esperanzas que si educamos con principios y valores a nuestros hijos, las cosas pueden ser diferentes y yo, lo único que deseo es que ella no termine como una victima más de esta pesadilla, de este fuego cruzado del que todos somos victimas. No es cuestión de tiempos, no es cuestión de quien gana o pierde, es cuestión de poder, de maldad, de actos que no parecen tener sentido y la violencia crece sin tener limite alguno. No es cuestión de escondernos y pensar que lo mejor es no salir porque el mundo se nos viene abajo y no existe nada mejor que las paredes de nuestra viaja casa, que parece resistir todos los ataques y donde las heridas de balas, se cubren con un poco de pintura y al otro lo mismo, pensando que en verdad hoy puede ser el último y no el de nuestra vida, sino el de toda esta violencia, donde no hay ganadores, sino vencidos y después de siglos seguimos caminando con la mirada clavada en el suelo y creemos que así nos toco vivir, que así debemos morir: agachados.
No recuerdo un solo día de mi infancia donde lo normal, fuera una vida como la que ahora nos toca vivir, es cierto que la violencia existe desde siempre, es cierto que nadie esta seguro, es cierto que la lucha del poder por el poder mismo no es un invento de nuestros padres, es cierto que todos queremos que todo esto no sea otra cosa que un mal sueño, que un mal día y que cuando llegue la noche cada uno pueda hacer lo que más le gusta sin estar preocupado, por donde va a estallar la próxima granada.
Así que no me dejo atrapar por el miedo, todos los días salgo a la calle y, pienso en que las cosas pueden cambiar, a mis espaldas siempre el ruido, el mismo ruido, el clap, clap, clap, clap, de armas poderosas que aunque uno no quiera oír, están como música de fondo de lo que sucede a diario, me imagino una ciudad vacía, una ciudad fantasma, con casas abandonadas o puestas a la venta, un lugar inexistente, donde lo único que no es rentable son los bienes raíces, quien lo iba a decir pero tal lugar si existe y la realidad es hoy.
Ta-ta-ta-ta-ta-maulipas, Ma-ta-ta-ta-ta-ta-moros, no es algo que se diga con orgullo, por cierto: ¿a donde se van nuestros muertos, nuestros amigos con los que hemos crecido, a donde se van los miedos? ¿A donde iremos a parar todos? Espero que no sea nunca, el miedo o la muerte: Nuestra aparente rendición.