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Posts Tagged ‘historias que no va a ningún lugar’

Ella escarba muy dentro de mí, incluso antes de regalarme su desnudez. Observo sus manos y me pregunto si después del sexo existe algo que nos pueda interesar, busco en sus manos la posibilidad de echar raíces y la respuesta una y otra vez es la misma, no hay nada, no esperes nada y disfruta de tu vida, tu propia vida e intenta escribir. Me jode el vacio que ese genera, me jode no tener el control de ella y hacerla mía después del sexo y que el gusto sea más allá de dos piernas desnudas. Su cuerpo, duro, firme, alucinante. Ella es flaca. Dialogamos de su pasado y quiero que tenga ganas de escuchar poemas y de escribir poemas que sean para ella y que nos tiemble la vida. Su cuerpo también es frágil. Mi poesía es una casa vieja llena de libros también viejos y abandonados. Leo en su sexo que después de hacer el amor ya no tendremos nada y me asusta. Comprendo que ella quiera huir, que ella prefiera la historia de su infancia, esa infancia donde yo no la vi crecer y entonces omito tantas cosas, como decir su nombre o encontrarme con ella  a solas y desnudos, porque no quiero que esta historia termine después de tener sexo. Silencios. Ella es una mujer perdida entre las horas de trabajo y las noches que paso en vela y a veces creo que he olvidado su rostro, pero nunca olvido su cuerpo desnudo aunque siempre la he visto con su ropa. Me inquieta, me seduce y me desgarro entre sueños. Soledad es lo que tengo de ella y esa es una metáfora jodida.

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Cuando hablamos por última vez, él ya sabía que la había perdido, que era tal vez su última oportunidad y se veía muy deprimido, me dieron ganas de decirle que no importa la edad, que incluso con 80 años encima se puede conquistar a una, desde luego que tendría que ser de su edad, el parecía morirse de tristeza, así que  no le dije nada, a él en verdad le gustaba ella.

—¿Qué es lo que te pasa, Carl?

—Me ha dejado, se largo porque no podía soportar vivir con un marido engañado

—Cualquiera puede vivir una aventura Carl, no te entiendo muy bien

Carl se sonrió

—Se que no me vas a creer pero ella en realidad me gustaba, me gustaba tanto que hasta me atreví  a preguntarle: de cómo le iría sin  mí. Ella exploto y me dijo que era su vida y que yo no tenía nada que ver con ella.

No sabía que responderle.

—Nuestra sociedad está podrida Carl, hay tanta gente encerrada en sus mundos internos y en un pequeño cuarto, se pasan horas y horas con el teléfono en mano enviando mensajes sin parar, todo el día como si lo único importante fuera mantener el “contacto” vivo, se desviven por mantenerse conectados a sus redes sociales, sin ellas no son nada, dejan de respirar, no observan el sol y se han olvidado de cómo es la luna o la naturaleza, si ladra un perro piensan en bajar alguna aplicación para callarlos y matan a las arañas con sonidos que salen de sus dispositivos.

—Pues ella era así, y fue como terminamos.

—Entonces cuenta.

—Un día me envió un mensaje. Trabajamos en el mismo lugar, pero nunca nos deteníamos a platicar, lo que se dice una verdadera platica, casi siempre chismes y risas que no parecían tener sentido alguno. Un poco guapa, no la puedo imaginar con vestidos, flaca, no tiene un cuerpo estupendo pero si unos pechos generosos, a veces parecía no llevar ropa. Me dijo en el mensaje que había leído alguna de mis historias y claro después de eso yo me sentí atrapado y de inmediato quería saber más, así que comenzamos a enviarnos mensajes, hasta el punto en el que ya no podía parar.

—¿Un poco guapa?,  pregunté.

Carl se quedo callado, parecía estar pensando, supongo que sí, ahora todas me parecen guapas.

Entonces le dije que me cagaba la idea de que ahora maten a las arañas con una aplicación de sus dispositivos inteligentes y que no puede haber amor mediante mensajes, que no es como leer o escribir una historia, que además no tiene nada de romántico e como quien trata de tomarse una cerveza sin tomarla, que todo eso me parecía imposible. “Es lo mejor que nos puede pasar”, contesto él.

—Cuenta que paso después —le dije

—Bonita y muy flaca, ella no mataría una araña con su dispositivo, a ella solo le gusta oír música y platicar con sus amigos, creo que está muy sola, no importa que este casada, supongo que de alguna forma la han olvidado, aunque a ella eso le disgusta. Me contaba sus cosas, sus tristezas y la vida que le había tocado llevar, creo que de alguna forma yo le gustaba, pero luego vinieron los problemas, al marido no le gustaba que ella le pudiera poner los cuernos y yo no quería pedirle que lo dejara, tal vez ella nunca lo dejaría pero pude intentarlo, y lo que hice fue decirle que en cada mensaje que ella enviaba le estaba siendo infiel, quizá fue eso o que ella ya se había cansado de este juego que parecía no llevar a ningún lugar.

—La cagaste Carl, ella estaba en realidad enamorada de ti y tú al igual que todos los hombres solo querías joder, joder y lamer, debiste acercarte, besarla, divertirte con ella, demostrarle que la querías y luego presumes que puedes escribir historias y no fuiste capaz de darle rumbo a esta historia, te precipitaste y diste una respuesta incorrecta, era muy fácil cambiar la plática decirle lo importante que ella era para ti y luego así lo único que podrías logar es el final de la historia. Solo hay respuestas correctas y no lo que hiciste.

—¿Tú crees que ella va a regresar? —me preguntó

—No volverá —le dije y me levante

—Si tú pudieras ver esos ojos, esa boca y ese cuerpo que no logro imaginar con vestido alguno, flaca y hermosa y esos pechos, si tú ves esos pechos te pierdes.

—Lo que tienes que hacer es seguir escribiendo, quizá en alguna de tus historias ella lo haga contigo.

He soñado que me voy con ella a la cama, pero no podemos hacerlo, ella me habla de su gato y todo el tiempo cuando ya estamos a punto de hacerlo se nos aparece el marido, y no importa que ella quiera o que yo lo quiera o que no se aparezca el marido. No lo podemos hacer porque a mí me habían secuestrado y como muestra de que me matarían sino pagaban el rescate me habían cortado los genitales.

Me di media vuelta, eran las siete treinta y seis de la mañana mi turno estaba por terminar. No dije más y fui a visitar a la chica flaca, no era tan guapa como él decía, sentí hambre y pensé que para una mañana fría no me vendría mal algo caliente, pero no tenía ni puta idea de lo que podría ser, me rasque las axilas y me fui.

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Por las mañanas pensaba en ella. Lo primero que hacía en cuanto abría los ojos era enviarle un mensaje para decirle que no hiciera el amor sin antes darme buenos días. Las mañanas nunca habían sido tan tristes, todo empezó desde que ella y yo dejamos de enviarnos mensajes. Por fortuna había otras mujeres y tenía la esperanza de un día después de que ella se dedicara a parir dos o tres hijos, me buscaría. Permanecía con otras mujeres en la cama, acariciando sus cuerpos, y notando como la tristeza me dejaba sin fuerza para poder mover las piernas, entonces temblaba y sentía unas ganas inmensas por llorar y por enviarle de nuevo muchos mensajes, pero me daba miedo el silencio que ella me había jurado guardar y como no tengo cabello, me golpeaba la barriga y juntaba los pies y después me quedaba inmóvil, como si estuviera muerto y dejaba caer la cabeza hacia atrás y no quería que nadie me viera y me encerraba todo el día. Estaba horrorizado y las mañanas no  tardaban mucho en llegar y yo todos los días deseaba leer un mensaje suyo. Desde luego que todo mundo ya sabe que fue lo que paso.

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Ella tenía dos tonos de piel, más clara las nalgas y los senos, era muy delgada y vestía casi siempre con colores que no podían pasar desapercibidos y siempre preguntaba si yo estaba bien y de preferencia añadía que no quería hacerme daño. Yo tenía claro que si le decía que no estaba bien, la perdería para siempre, pero ella no creía cuando le decía que no me hacía daño, y se pasaba largas temporadas sin decir nada. Su cuerpo lo deseaba más de uno, su corazón resultaba imposible, una mujer así es lo que te lleva a estar calvo y no, no es extraordinaria, es de lo más común y no me genera ningún miedo. Habría preferido que tuviera pecas en la cara, pero para eso ella tendría que ser blanca, ella es caliente y de piel blanda, no tenía un centavo de más, era linda y siendo puta amaba a los hombres y se preocupaba por no lastimarme, el dinero le servía para comprar libros y en sus ratos libres, cuando no estaba amando a un hombre, leía, porque prefería leer antes  que hablar, era bueno pensar en ella, hablar con ella y acariciarle donde su piel tenía un tono más claro, pero yo no deseaba envejecer a su lado y fue eso quizá lo que termino por alejarla de mí.

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La última vez que la vi tenía algo así como una sonrisa a medias, fingida y hasta un poco cansada, veía su cuerpo moverse pero no me decía nada, por la expresión de su rostro sabía que los tiempos difíciles habían quedado a tras o era su intención hacerme saber que su vida iba como ella lo había soñado, porque fue ella quien siempre había soñado con la perfección de su matrimonio. Se había mostrado preocupada conmigo, mi seguridad emocional parecía ser lo primordial, yo estaba un poco confundido o tal vez enojado o ambas cosas, el caso es que eso no tenía importancia. Ella no quería lastimarme, ella no quería que yo pudiera sufrir por mis emociones y luego estaba mi esposa quien iba a sufrir con esta historia, y ella no deseaba causar nada de eso. Fue lo que me dijo. Habría preferido desde luego traer cerilla en los oídos y todo esto no habría sido necesario.

El caso es que nunca escuchaba su voz, leía en voz baja e imaginaba sus expresiones, incluso llegue a imaginar los gemidos de ella cuando hacía el amor. Poco a poco fui descubriendo que todo esto era el tema de una película, una con una música suave y con destellos cálidos. Podría seguir leyendo en voz baja y esto se transformaría en un gran coito interruptus;  yo pensé: es una mujer muy agradable, pero por qué pierde el tiempo “hablando” conmigo en vez de tener sexo, yo también debía tener problemas pues me pasaba hablando con ella muchas horas. La vida así estaba jodida y por si fuera poco me sentía escritor.

Al final, ella se dio cuenta que esto no nos llevaría a nada, desde luego que le gustaba el dialogo que habíamos montado y fue entonces que se invento todo eso de que no me quería hacer daño y si su comportamiento era de tal manera, lo hacía para cuidar de mí. Gracias a eso me di cuenta de que todo mundo sufre, incluso los que dicen no sufrir, a mí no me importaba en lo más mínimo si alguien salía herido de todo esto, no estaba rogando por besos o sexo, para mí esa forma en la que se dieron las cosas, y ese intercambio de mensajes me bastaba, yo no estaba buscando una manera de quitarle la ropa y hacerla sentir como una puta, porque abandono a su marido para estar conmigo en la cama, ni siquiera deseaba saber de ella sino era mediante esos mensajes, pues de esa forma, imaginaba sus gestos, su tono de voz y su alegría. Yo no estaba enamorado de ella.

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Vamos a suponer que tienes razón, que el matrimonio lo es todo y que el amor es algo con lo que no se puede jugar.  Vamos a suponer que no existe la infidelidad si hay distancia de por medio o si tan solo nos hemos intentado seducir mediante mensajes, uno tras otro y de forma lenta, vamos a suponer que todo este tiempo no hicimos otra cosa que jugar y que en ese juego la idea era simple, engañar pero sin hacerlo, como quien dice llevar el juego hasta donde me conviene y luego, bueno el luego es algo que tú y yo sabemos. Vamos a suponer que aun con él, eres una mujer bonita, no sé si la más bonita, pero vamos a suponer que así es, pero con él no te puedo imaginar desnuda, ni puedo imaginar tu sonrisa después de hacer el amor y tampoco puedo imaginar cómo es tu silencio, aunque ahora después de tanto tiempo lo que me regalas es eso, tu silencio. Vamos a suponer que ayer fuiste indiferente porque un día antes había llovido o porque alguien ha dado la noticia que los desaparecidos han muerto, que fueron quemados hasta dejar casi nada y ahora  todo mundo habla de ellos y sienten tristeza, rabia, impotencia o quizá mucho más miedo que antes, vamos a suponer que el gobierno tiene la culpa, pero ni siquiera eso me permite soportar que me ignores, y todo porque crees que le estas mintiendo. Si todo esto de suponer solo me hace querer decir la verdad, que la verdad se vaya al diablo y tú si lo que quieres es ignorar, pues ignora y disfruta, que la pasión que por ti siento, no está en los besos, ni en el corazón, ni en el desnudo de tu pierna que escondes con recelo, la pasión es algo que me invente, supongamos que para tener una historia que contar durante mucho tiempo. Suponer es una puta. Si lo que quieres es ignorar, no me importa, pues mi memoria sabe del pasado lo que yo le permito recordar y a veces cuando en verdad lo necesito, no puedo siquiera un nombre pronunciar, porque ya lo he olvidado.

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Contemplé en el espejo la inmensa felicidad de mi rostro. Tardé un buen tiempo para darme cuenta que lo mío no era contar historias sino vivirla, no sé el número exacto de días, pero bien puedo citar un número 666 días me parecen justos, además de que es número que cualquiera recuerda con facilidad, supongo que en la realidad me llevo más de dos años, pero como dije antes no tengo un número exacto, a quién le importa. Si uno no pone atención a los detalles esta jodidamente perdido si trata de ser escritor. Estaba huyendo de ser policía, alguna vez fui militar pero también me di a la tarea de huir.

Me encontré de con Laura, así de frente y ella se puso a bailar. Baila muy bien, sobre todo cuando mueve las caderas. Era lunes, nos pusimos al corriente.

Yo jugaba a que las cosas siempre salían como a mí se me venía en gana. Laura estaba preparando un nuevo caso. El de los tipos que habían entrados armados a un hospital y que días después aparecieron muertos de manera sospechosa. Le dije a Laura que no se metiera con esos tipos, pues una vez que se dieran cuenta de su existencia y de que ella les quiere hacer mosca, su vida se iría al traste, parece que eso a ella no le importo, así que le insistí, le dije que a estas alturas uno ya no se puede hacer el héroe, pero eso a ella le daba igual, le suplique en nombre de su familia, pero no me hizo caso y fue en ese punto donde entendí que mi vida se estaba dirigiendo directo a la chingada, pues una vez que ella, Laura se involucra en el caso, yo tendría necesidad de ayudar con el mismo. Seguro que nos identifican, pensé y entonces tendremos que fugarnos de esta ciudad, perdernos y no aparecernos nunca más. Ella me dijo: que te preocupas si las cosas se ponen feas les pides chance a los gabachos para vivir en sus tierras.

Esta historia no puede ser de otra forma. Abundan los narcos.

Laura dijo que la situación no era grave. Tres personas armadas entran a un hospital, hacen unas preguntas, buscan en los diferentes cuartos donde están los hospitalizados, las posibilidades no son muchas: la primera es que se trata de algún compañero que ha llegado herido al hospital, pero luego, ella descarta esa idea porque cree que de ser así ellos no lo andarín buscando y mucho menos llegarían armados, la otra posibilidad es que sea de algún bando enemigo y se les escapo en un enfrentamiento reciente y está herido por lo que ellos sospechan que está en algún hospital y no saben cuál. Esa idea suena un poco congruente, a ella le gusta, pero no deja de pensar en una tercera posibilidad: los chicos trabajan para un grupo determinado y desean ver las instalaciones del lugar, así como la seguridad que les ofrece, se presentan armados porque no han tenido tiempo de ir a sus casas a bañarse y vienen de un enfrentamiento y su jefe esta herido y les interesa internarlo, a Laura esa posibilidad no le gusta mucho, pero es eso una posibilidad y no se puede descartar de buenas a primeras.

Yo no hago otra cosa que pensar en la curvatura de sus piernas, no es broma. No le quiero declarar la guerra a nadie y mucho menos a unos posibles narcos.

Le respondí que eran unos muertos que no importaban a nadie, ni siquiera el periódico se ocupo de ellos y ella me explicó que algo andaba mal y que ella insistía en saber que era, me platicó de cómo fueron encontrados los cuerpos. Nos quedamos callados. Le recordé a Laura que ella era mi amante y estaba dispuesto hacer todo lo que fuera necesario por complacerla, si tenía que declarar la guerra a quien fuera yo estaba dispuesto y si un día teníamos que salir de esta ciudad corriendo eso haríamos. Supongo que me estaba ablandando, pero pensé que no era por la edad, si no por las piernas de Laura.

Nadie sabía nada. Siempre fuimos discretos. Podría decir que si de algo nos cuidábamos, era de las apariencias. Laura me hablo el viernes pasado para darme lo noticia. El sábado me dijo que estaba muy inquieta y el domingo no tuvimos comunicación. Cuando me detuve en la puerta de Laura supe que las cosas no andaban bien, ya era muy tarde para dar marcha atrás, estaba yo muy clavado con ella (enamorado hasta los codos). Tal vez fue el que su cabello se viera más negro o que sus labios rojos acentuaban la palidez de su rostro o el frío que inundaba el ambiente, algo era y yo lo presentí. La besé suavemente y ella me invito a pasar.

El espejo solo podía regresarme esa imagen de felicidad, en el resto del cuerpo no me fijaba, hacía mucho tiempo que había perdido la figura y ahora luchaba por no tener que usar una talla grande. Me quedé pensando en las cosas que había dejado de hacer y una de ellas era que había dejado de quererme. No podía esconderme de mí y no hacía otra cosa que estar en constante movimiento. Mi fuga no era otra cosa que el ver como mi vida se desboronaba mientras me daba el lujo de tener una amante que me volvía loco. Si Laura creía que investigar el homicidio de tres delincuentes que días atrás habían entrado armados a un hospital, yo la apoyaría incondicionalmente, acaso no para eso están los amantes.

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Quería darle una sorpresa a Laura, así que no le dije nada y me aparecí por su casa. Resulto que Laura era novia de un narco o de un militar que para el caso es lo mismo. Yo había jurado que con mujeres casadas o con novias de militares o novias de narcos no me metería jamás, no es que tuviera miedo, pero ellos no suelen tomarla solo contra ti, sino con toda tu familia y eso no estaba nada bien. Aunque supuse que Laura era novia de alguien, lo cierto es que fui yo quien se llevo la sorpresa. Llevaba más de seis años en esta ciudad y siempre había sido precavido. La guerra entre narcos, los malos momentos, la necesidad de conseguir un trabajo, y esa desesperación porque ya pronto seria lunes, no quedaban atrás y cada día la cosa se ponía peor.

Casi todo viene en paquete de tres, las historias por ejemplo, podemos mencionar: a los tres cochinitos o los tres mosqueteros, tres son también las carabelas que viajaron hasta América o podemos hablar de la trilogía de tantas cosas o igual de la santísima trinidad, así que yo estaba necio con ello y pensé que nada mejor para mí vida que tener tres mujeres en ella. Desde luego que la primera era mi mujer, después por orden de aparición, le seguía Ella, a la que he llamado Mariko(un nombre más interesante es el de Marikeit), y luego Laura, el orden de aparición no tiene nada que ver con la importancia que ellas representaban para mí, a todas las quería por igual y todas eran mías. Ese era el problema, creer que eran mías. Eso lo complicaba todo.

Hace muchos días que no sabía nada de Mariko. Me la volví a encontrar en el hospital, había ido a consultar al psiquiatra y eso me pareció algo exagerado, pues yo la veía igual de hermosa que la última vez. Sentí un impulso poderoso por abrazarla, pero me contuve. Podría haberle dicho tantas cosas, como que la extrañaba y que deseaba perderme en sus caricias, pero ella adivino mis intenciones y antes de que pudiera decir algo, me dijo: que estaba muy mal, que todo le estaba fallando, que ella no dejaba de sentirse culpable, que por estar conmigo había traicionado al hombre que tanto amaba y que ahora se sentía la pero, yo la peor fue lo que me recalco todo el tiempo. Su debilidad emocional era su peor enemigo y desde luego el arma preferida de su coronel.

Le pregunte por la salud de su coronel y ella me dijo: pinche cabrón, no entiendes que no es coronel y si, ahora si te puedo decir que es solo mío y que nunca más lo voy a engañar. Me reí, no podía ni quería hacer otra cosa.

Se sentía triste y era mi culpa, fue lo que dijo. Las caricias de aquella noche la llevaron sin remedio alguno a consultar con el psiquiatra. Pensé en Laura y en la suerte que había tenido de conocerla justo a tiempo y así poderme olvidar de ella, pero no, por alguna razón uno siempre se detiene donde no hay esperanza o donde lo van a tratar a uno de la chingada.
Le dije que no era mi culpa que ese cabrón coronel la tratara como se le daba la gana, que en todo caso la culpa era de ella y entonces me dijo que por primera vez en toda su vida se arrepentía de sus actos, pero sobre todo de haber estado conmigo aquella noche. Yo pensé: se estará volviendo santa. Tonterías, eso era. Ella estaba cegada por esa supuesta culpa, mientras el coronel dormía todas las noches con su esposa y arropaba a sus hijos. Tonterías de nuevo, como es que él le exigía fidelidad y se atrevía a decirle que era solo suya y no dejaba de vigilarla. Egoísta, eso era él.

Yo no entiendo mi necesidad de tener otras mujeres. Mi mujer y mi vida sexual son muy satisfactorias.

Mi deseo por las mujeres, por otras mujeres, era quizá por profanar la belleza de ellas. Toda historia está llena de mujeres hermosas, nadie o casi nadie cuenta su historia con mujeres feas. Yo estaba rodeado por mujeres hermosas o eso era lo que prefería creer. Laura me había reservado lo lunes para nuestros encuentros. Su sonrisa y su cuerpo desnudo eran la entrada al paraíso, uno terrenal que estaba lleno de olores y de sabores que emergían de su cuerpo aún frágil después de la cirugía a la que había sido sometida. Nos gustaba creer que teníamos una mente privilegiada que no fuimos tentados por las ambiciones del poder, pero la verdad es que nuestra forma de pensar estaba muy lejos de competir con esas personas que habían logrado sacar provecho de su educación y ahora eran los grandes genios en las cosas que se desenvolvían. Laura insistía en investigar una serie de muertes, que según yo tenían que ver con el narco y para eso no se necesitaba romper con el promedio de inteligencia. Yo insistía que uno no se debe meter con narcos, ni con mujeres casadas, ni con los curas porque estos últimos poseen una extraña habilidad para maldecir y que eso se haga efectivo. Yo esperaba los lunes con ansiedad y ella me esperaba toda la semana en medio de sus humedades, al menos eso era lo que me contaba, yo no tenía más opción que creer todo lo que me contaba.

Mariko estaba cambiada, no era siquiera la sombra de lo que unos meses atrás mostraba. Su relación se había visto afectada por esa supuesta infidelidad y la habían manipulado a tal punto que había perdido todo deseo por hacer de su vida lo que se le viniera en gana. Ella estaba segura que nunca más volvería a estar con otro hombre que no fuera su coronel, (el coronel que no es coronel y esas cosas). Me dolía que ella creyera que yo había causado su infelicidad, porque si algo buscaba no era una entrega pasional de su cuerpo con el mío, yo estaba interesado en el amor, en hacerla sentir una mujer especial, pero ella no lograba entender eso y se aferraba a lo que su coronel le decía y a seguir sus instrucciones al pie de la letra. Mariko no podía hablar con nadie, ni en la calle, ni en el trabajo, en sus casa se tenía que limitar a cruzar unas cuantas palabras con su familia y desde luego que tenía que pensar en mudarse, en alejarse de esos entornos que le estaban causando tanto daño, ella solo podía ser del coronel y si alguien se le acercaba, él estaba dispuesto a jugarse la vida por ella. Yo pensé que el coronel solo estaba blofeando, pero desde luego que no deseaba averiguarlo. Sentí tristeza como ya dije antes, pero quién era yo para insistirle a Mariko que con ella me sentía muy bien y que mi triangulo amoroso era perfecto. Nos despedimos, la vi alejarse. Ese día no era lunes. Fui con Laura y ella estaba con otro chico, uno que se veía muy serio, muy agrio, muy intimidante. Le dije a Laura que había pasado por su casa para darle un recado de su rehabilitador y que urgía que regresara pronto a sus terapias, ella me sonrió y entre sus labios dejo escapar una pequeña frase, algo breve pero sutil y que termino por desbaratarme: tú me vuelves loca dijo y yo me sentí enorme. Mi mujer como siempre, no dejaba pasar la oportunidad de mostrarme su intensidad a la hora de amar. Había perdido quizá a Mariko.

No lo sé, todo es posible.

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Laura trabajaba como recepcionista en un hospital que poseía cierta fama de ser bueno. Lo que en realidad le gustaba a ella era la actuación. Actuar era para ella como lo mejor que le podría suceder, sobre todo porque se podía disfrazar y nunca era la persona que los demás sospechan o creían que era. Antes de llegar al hospital, ella trabajaba en la centralita de la policía despachando las diferentes misiones a los patrulleros que andaban de servicio en las calles. Vivía en una ciudad interesante para el crimen: muertes, desapariciones, corrupción, secuestros, infidelidades. En el campo de las infidelidades es donde ella se sentía a gusto. Hacía mucho tiempo que Laura no encontraba nada interesante en la ciudad, alguna historia que envolviera pasión, sexo, lujuria y muerte. En sus ratos libres ella se dedicaba a investigar estos casos interesantes, les armaba un perfil criminal y no descansaba hasta entender a la perfección lo que estaba ocurriendo. Cuando llego al hospital, ella ya había sido operada de su columna y estaba mucho más hermosa que cuando llego a la ciudad por primera vez. Laura había caído en esos momentos en la tentación de volverse lesbiana, la culpa la tenía su espejo, pues cada que se veía en el, ella se enamoraba más y más de ella.

Antes de encontrar un caso interesante con el cual entretenerse Laura salió corriendo del hospital, era un trabajo, soso, aburrido, como para morirse de lo mal que estaba.

Solamente había historias sin sentido, chismes de unos empleados contra otros, envidias de los otros y unos cuantos que habían sido corridos, por lo demás los casos que se presentaban daban flojera: meningitis, dengue, influenza, huevo muerto retenido, instrumentación de columna, espondilodiscitis, etc., desde luego un etc., largo pero aburrido.

Nos conocimos en el hospital. ¿Qué demonios estaba yo haciendo en un hospital?

Le advertí a Laura que me gustaba más leer libros que la infidelidad. Y ella me dijo que eso era porque hasta ahora no me había encontrado a una mujer como ella, una mujer que tenía entre las piernas el calor ideal para hacer arder mi infierno. Admití que su idea no era del todo mala, pero le dije que no. que no me interesaba por ella y quizá fue por eso que la tormenta entre ambos fue creciendo, o tal vez todo sucedió porque así tenía que ser, como sea yo no creo en la casualidad y mucho menos en el destino, es decir cada cosa es consecuencia de nuestros actos. Dios no estaba mirando a nadie a sí que era fácil hacer lo que se nos viniera en gana. Ella me dijo que en serio tenía ganas de sentirme entre sus piernas, y yo le dije que en serio tenía ganas de estar dentro de ella, la nuestro resultaría una combinación catastrófica. Sus senos eran blancos, pequeños, pero firmes y llenaban con facilidad mi boca. No nos íbamos a morir de amor, nadie muere de amor, ni siquiera Romeo o Julieta. Un día sin saber cómo Laura se quito las pantaletas y mi vida se fue al traste, advierto que no morí de amor y tampoco anduve tras de ella como enajenado, ni tampoco estuve ausente en casa y ni siquiera sentía remordimientos cuando veía a mi mujer de frente, es más debo confesar que me sentía feliz y comencé a sentir cierto placer por perseguir las historias que Laura solía perseguir, es decir hasta antes de ella, yo pensaba que las novelitas de amor eran lo mejor que una persona podría escribir, novelitas de amor y poca violencia, pero lo cierto es que escribir novelitas de amor, ahora me parece algo viejo y pasado de moda, escribir (si es que quería seguir escribiendo) novelas donde la violencia reina eso era lo de hoy, todo lo demás me parecían historias que no llevaban a nada, pero como dije antes, todo eso tenía que ver con el momento que estaba viviendo. La infidelidad es ese poder sin límites que nos hace creer en la posibilidad de ser fieles y creemos que el nuevo día será diferente y nos hacemos promesas de situaciones imposibles. Laura ya me estaba abriendo las piernas y yo no me atreví a decirle que eso era imposible, nadie se podría haber negado y si no era por sus piernas o su piel blanca, cualquier otro habría sucumbido ante el olor que emanaba de su sexualidad. Fuerte, dulce, agrio, excitante.

Mañana siempre era una promesa. Mañana era joderse a la muerte. Mañana ni siquiera existe.

Yo había leído mil libros. ¿Cuántos libros crees que había leído Laura? Ella había tenido mil hombres. ¿Cuántas mujeres crees que yo había tenido? Había leído tantos libros porque me gustaba hacerme el culto. Laura había tenido tantos hombres en su afán por entender el comportamiento de criminales y solo algunas veces había estado enamorada o lo que se dice enamorada. Pese a los mil libros leídos o a los mil hombres con los que Laura había estado, ninguno de los dos podía ser como los demás, no podíamos salir a la calle agarrados de la mano, ni ir al cine, ni a la playa, ni tumbarnos en un jardín y besarnos hasta que los labios se pusieran a sangrar. Nos habíamos encontrado y nos resultaba necesario renunciar el uno del otro, total, nadie se muere de amor, me dijo Laura. No había forma de defender lo que uno sentía por el otro, nuestra necedad nos imposibilitaba, eso sin contar con nuestra idea de no creer en el amor. Nos podrían humillar por cualquier cosa, pero nunca por amor, al menos eso era lo que ambos creíamos. Ella creía que su vida daba para una novela y yo pensé: cuanta razón tiene ella, pero no dije nada.

Yo amaba a otra mujer, pero esa mujer amaba a otro hombre. Una mujer de verdad, no una mujer de mis historias, una mujer que insistía en sostener un amor que no la llevaría a nada, pero no me atrevía a reconocer de manera abierta que la amaba, para mí el amor no existía, era el reflejo de una mente pobre, algo que solo los débiles podían sentir, al menos era así como me mostraba ante los demás. Dos personas que se gustan, eso quería que fuéramos ella y yo. Imposible. Me gusta el arroz con frijoles y detesto el plátano pues suele darme diarrea. A ella la recuerdo todas las noches, la verdad es que no importa desde cuanto, ni los mil besos que nos dimos, como tampoco importa todo ese silencio que ha construido alrededor de ella, no importa desde cuanto me dejo de querer, y sí, he dicho desde cuanto, porque lo nuestro se fue al fracaso por una cuestión de números, pesos ni más ni menos, si yo fuera digamos más ligero y ella como el aire pues una pareja feliz, pero se supone que a ella no le interesan esas cosas del amor, aunque le jura amor eterno al hombre con el que comparte sus tardes, desde luego que es un amor prohibido de esos amores que no se pueden presumir por las calles, como todo lo demás. Mi autor preferido: Rubem Fonseca.

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La odio porque tiene las piernas blancas y porque ya no quiere dejar que se las toque de nuevo. Tarde o temprano terminaría por odiarla y ella lo sabe. Ella no sabe sentir, es igual que la mujer que provocó esta fuga de mí, aunque cada una por su parte jura que ellas saben sentir con la vulva. Mentiras. La peloncita. Es tan bonita que sus amigas luchan por hacerla lesbiana.

Ella, la chica con la que hice el amor de pie, mientras ella estaba recargada sobre mi mesa de trabajo se volvió ausente y la vida así no era vida, al menos en un principio, ese principio que me llevo a conocer a Laura, la Laura de todas mis historias. Mariko, así la había llamado. Cuando la volvía a encontrar le pregunte si aún seguía con su puto coronel y me dijo que no era, no es y nunca será puto, además de que no era coronel. Yo pensé que era un hijo de puta por hacer que ella no estuviera interesada más en mí, pero esa era mi suerte o al menos yo quería creer eso. Buscaba todo el tiempo asilo en cuerpo desnudo porque solo así podría encontrar el camino a las letras y derramar todo eso que me parecía irme tragando, las letras eran las enemigas naturales de mis nostalgias, mi eterna juventud. Su puto coronel, aunque ella dice que no es ninguna de las dos cosas, era amante de los disparos y yo no quería confiar en el azar, deseaba estar seguro, saber por dónde andaba y que pensaba de los cuernos que yo le había puesto, pues él se había enterado de todo, la culpa es de ella que se mostraba como una mujer flexible, aunque yo también tenía parte de culpa en todo esto. Su puto coronel se había robado mi remedio infalible para curar mis nostalgias. La noche acá es la noche, nadie sale sino se quiere encontrar con un disparo, pero de noche es cuando te puedes encontrar con la pelvis perfecta, una pelvis sin nombre, sin rostro y sin la posibilidad de que ocurra de nueva. Yo estaba perdidamente enamorado de Mariko, lo habría dado todo, desde luego que no le habría dado dinero, porque es muy simple, no se puede dar lo que no se tiene. Yo quería ser cruel y perderla en un lugar improbable y que ella jamás pudiera encontrar el camino del orgasmo y desde luego a su puto coronel quería dejarle vacía la bolsa escrotal, pero todo eso fue antes de conocer a Laura, en ese momento mi vida fue otra.

Laura. Buena pierna. Si toma café experimenta el más pesado de los sueños. Almohadas amarillas. Mucha nalga. Su hernia de disco no la deja hacer lo que ama, desde luego que para el sexo se da sus mañas; su hernia se supone que ya es una ex hernia, pero lo cierto es que se tienen pocos casos de éxitos en ese tipo de cirugías, al menos con quien la ha tratado. Pocas chichis. Su cuerpo desnudo me hace derramar palabras. Antes de acabar con esta historia, todo mi percepción de la realidad se ve alterada, no es que Laura se hubiera ido de mi vida cotidiana, ahora más que nunca la tengo cerca, con Laura no tengo esquinas, es como la noche, larga, profunda, oscura e intensa. Con ella perdí el nombre y el nombre de todas, su cuerpo no me traiciona aunque a ella la ha traicionado una, dos o tres mil veces, que importa, con ella no tengo miedo. Estar en sus piernas es algo cabrón. No, no estoy cansado de mi vida, me cansa mi inseguridad y mi poca confianza para hacer las cosas que me gustan.

Los deseos no bastan, no es algo que puedas esconder y que nadie se dé cuenta. Yo deseaba tantas cosas, lo mismo que deseaba un cuerpo desnudo lo cual me podría convertir en un violador, deseaba escribir historias, lo cual no me convertía en un escritor y en ocasiones deseaba agarrar a golpes a quien estuviera delante de mí, lo cual seguramente me hacía un delincuente, un psicópata según los términos modernos de la descripción del comportamiento. Es más fácil ser delincuente o suicida que ser un escritor aunque a veces tengo mis dudas, es decir tal vez no existe esa línea delgada entre escribir y suicidarse, porque escribir es eso un suicidio diario una fuga de lo que somos, un desesperado intento por ser lo otro, lo que aún no somos, pero a lo que ya le hemos puesto nombre. El deseo es todo, te hace perder los estribos e incluso traiciona tu supuesta lealtad y desde luego que con el deseo se deja entrever la infidelidad como algo de lo más natural, con el deseo robas bancos, desvistes prostitutas, tienes hijos no deseados. No debe ser sencilla una vida con deseos, pero lo peor del caso es que no conozco a nadie que no tenga deseos.
Así empiezan mis historias. Me acerca a Laura porque la deseaba, no sé bien si deseaba sus besos o verle las piernas desnudas o verle sus fuertes muslos desnudos y verificar si es cierto que hacían esa convexidad que se dejan adivinar de bajo de su ropa, hablo solo de eso de las cosas que se pueden ver, casi nunca hablo del olor de su boca y el olor de su cuerpo y de los ruidos que hace mientras habla. La he besado, le he lamido las piernas y la convexidad de sus muslos. Ella es fuerte y su olor me masturba el cerebro mientras pienso en cómo ser infiel de nuevo. Pienso en todas sus historias, en sus deseos, en las mujeres de mi vida y ella, pienso en mi vecina y en sus vecinos, en sus amigos y los amigos que la han deseado y sus compañeros de trabajo y en las horas en las que no hace nada, pienso en las semanas que nos quedan para encontrarnos de nuevo y en el silencio, ese es el que más preocupa, el silencio, porque me hace sentir su ausencia y mis ganas por besarle la línea donde empiezan sus nalgas. Laura. Cómo le hace ella para esconder sus deseos. A veces todo lo que deseo es desaparecer, pero no soy mago y no tengo un truco debajo de la manga. Lo que yo deseo es habitar en ella, no con ella, ni en su casa, si en sus deseos y sus sueños, en sus instantes íntimos y en esos instantes cuando ella sonríe de ganas y se le erizan los vellos que cubren sus pubis. Ahora lo más cerca que puedo estar de ella, es en medio de todo esto que escribo, pero quisiera que fuera mi lengua la que recorriera su cuerpo y no mis letras. Suspiro. Siento su olor, mientras mi mujer lucha por no ser infiel, lo adivino en su mirada, que demonios, me merezco los cuernos y ella esta aferrada a no ponérmelos.

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