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Archive for enero 2013

 

Yo quería aquellas orejas para mi gato.

La nuestra no era una nación de subnormales. El engaño no podría durar eternamente. Primero nos dijeron que acabarían con el crimen organizado. Luego estaba el caso de la francesita, sí, la francesita que nos dijeron que era una secuestradora y que ella desde la prisión escribió una historia en la que juraba que era inocente. Después nos dijeron que tenemos que creer que la historia de la francesita era cierta, que se había cometido un error y con un usted disculpe de nuevo a su país. Ni siquiera ella se imaginaba libre. Afortunada. ¡No!, no somos subnormales. Lo del crimen organizado salió mal, pues unos cuantos jóvenes que no deseaban estudiar, vieron en esta guerra una posibilidad de empleo. Unos se fueron a servir al gobierno y otros al crimen en resumen, todos iban a terminar muertos. Muertos antes de que sus células envejecieran.

Señale un ataúd, ese era el destino.

Ya no recuerdo si todo aquello estaba en mi memoria o en mi cartera o en las orejas que yo deseaba para mi gato.

El país era una especie de enfermedad, una enfermedad que no hacía ver: tristes, tristes, tristes, un país de tristeza enferma, un país que no mostraba la sensibilidad.

Yo seguía insistiendo en que aquellas orejas eran perfectas para mi gato.  A mí gato lo puedo ver haraganear, pasear por los tejados (no es esta ciudad precisamente hermosa por sus tejados, es más, no es hermosa, es terriblemente fea, duele de lo fea que es), el puede tener el cuerpo horrible y ese olor a largos paseo y sexo, siempre mi gato regresaba a casa con ese olor a sexo.

No somos un país de subnormales, un país con gente sin ojos, sin voces, sin sueños, sin historias y sin saber qué es lo que nos pasa. Somos todo menos eso: subnormales.

Yo quería esas orejas.

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Lo que he escrito es poca cosa. Todo fue hecho en un lugar cálido, a veces pienso que he vivido en el infierno, en ese lugar donde habitan los verdaderos escritores (yo solo soy un intento: hasta ahora).

¡Jugamos de nuevo!

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Me alertó el sonido de un auto derrapando, seguido del ruido de una sirena y un fuerte golpe. Deje el libro de poesía. Eran quizá las nueve o diez de la noche, no lo sé con precisión, pues no uso reloj, nunca he usado uno. En todo el edificio hacía un frío incomprensible, dicen que es por los equipos, por el medicamento y no sé cuantas cosas más. La luz del día se había perdido hace un rato y quedaba un brillo, un destello de luz un tanto arenoso. De no haber estado trabajando estaría sumido en un sueño profundo, no me habría enterado de nada y todo lo que me dijeran, creería que es parte de un sueño. La noche anterior no había dormido, mi mujer me dijo que no debemos sucumbir ante los deseos del sueño, y yo, le he hecho caso. Suspiro mientras la noche se acerca, odio el trabajo y ese desafortunado turno que me ha tocado, en general odio el trabajo y siempre trato de encontrar un excusa para alejarme de el. El caso es que no he podido dormir por la tarde, pensé en una siesta, esconderme de los «ojos» de los jefes, perderme entre los pasillos. Sonó el teléfono, no sé cuánto tiempo después de haber oído el sonido del auto derrapando y ese ruido de la sirena, como siempre si suena el teléfono no es una buena señal, algo estaba ocurriendo allá afuera y estaban llegando las primeras víctimas. Los primeros heridos. La voz me parecía que salía de un túnel muy lejano. Lo primero que debía hacer era ponerme en camino, investigar que necesitaban de mí, pero no me fue posible, me quede atrapado en la silla, como ajeno al lugar y el tiempo. Escuche la voz de mi mujer que me decía que no era posible, que yo estaba bien, escuche mi respiración cortada, colgué el teléfono con cierta violencia y me pare en la entrada de la sala de urgencias, y sentí que mi cuerpo estaba desnudo.

—Qué ha sucedido.

—no sé, de pronto alguien, seguramente un imbécil se puso a disparar, nos estrellamos contra un auto rojo, que ha quedado prensado entre un poste y nosotros.

—Un narco, quizá.

—Tal vez—respondió—. Creo que no era más que otro cabrón que quiere jugarle al héroe, y ahora está muerto.

—Dónde te dio la bala.

—No es nada serio, pego en el casco—dijo—. A uno de mis compañeros le dio en la rodilla, pero no es nada grave. Me preocupa el chico del auto rojo, no lo han podido sacar.

Le di la espalda y lo metí a la sala de exploración, un barrido rápido nos daría una información real de lo que estaba ocurriendo, y si es que su cuerpo fue alcanzado por algún proyectil.

Sentí el cuerpo cálido de Alejandra, se acercaba al mío, buscaba de mí ese calor que entre los dos sabemos generar. Sus labios aferrados a los míos, y mi cuerpo fundiéndose en el de ella. Nos sumergimos en la pasión, en los sueños de cada uno, en las cosas que a diario nos iban transformando. Las cosas nunca habían estado mal, las cosas siempre habían llevado ese ritmo un tanto ideal, como de pareja impostora, pero lo nuestro eral real, no aprendimos nunca a pelear, eso era porque en el pasado ya habíamos peleado lo suficiente y entendimos que no valía la pena seguir haciéndolo. Percibí en el cuerpo de ello, un deseo mayúsculo, unas ganas que sugerían un ardor inusual. Me dijo al oído: quiero hacerlo, quiero tener un hijo contigo.

—Necesitamos hablar contigo. Es importante. Ya casi cumplo los cuarenta. Mi útero lo reclama.

Recuerdo que fue un día normal. Me pase toda la mañana intentado darle orden a una serie de manuscritos que según yo valía la pena terminar, darle forma, hacerlos dueños de una voz, de un sentido, de un sentimiento que logre atrapar. Había en mi cabeza una novela que debería ya tener un titulo, porque si no tienes un titulo es imposible escribir. Se titulaba: La Flaca. No tenía ni puta idea de lo que iba a tratar la novela, eso sí, a diario escribía ideas sueltas que más tarde desechaba porque según yo no valían la pena. Debería ser una historia simple, al menos eso sugería el titulo. Lo que si sugería era una historia de mucho placer, quizá sexo al por mayor, una historia de pasiones prohibidas o la de una súper modelo a la cual su fama termino por consumirla. Prostitución, una mujer que es prostituta durante toda su vida, la vejez le gana y ya no puede vender más su cuerpo y se dedica a vender las historias de su vida profesional y ella, la flaca está condenada a morir y mientras agoniza, le confiesa a un joven y calvo escritor, que ella tenía una hija y le pide que la busque y que le entregue todas sus riquezas, que todo el tiempo ha trabajado para ella. Le cuenta que esa hija fue abandonada en una casa de monjas. El escritor encuentra a la hija que ahora es monja, ella la hija, toma el dinero y le cuenta al escritor su historia, los abusos por parte del párroco y las veces que ha tenido que abortar, esta hasta la madre de esa vida, de ese sufrimiento. Le cuenta que ha tenido una hija y que quiere que él, el escritor le ayude a encontrarla. Le da unos cuantos datos. Una telaraña, eso es esta historia. Debe ser una novela en tres capítulos. En el cual la flaca puta y la flaca monja se alternan en los tres capítulos, y en el tercero aparece la flaca hija de la monja, tienen que ser unas flacas horrorosas. Luego me recuerdo que yo no suelo escribir acerca de flacas, pero que está bien intentarlo.

Salimos a cenar, un día que no me toco trabajar por la noche. Alejandra, me dijo que esta ciudad la tiene asustada, que le preocupa el riesgo que corremos a diario. Me dijo que deseaba irse ya de esta ciudad, pero que no quería vivir con los putos gringos. Decidí escribir la novela, seguramente sería una historia triste y aburrida, carente de acción, una historia donde la puta flaca estaría reviviendo en todo momento, jugando con sus historias, tratando de hacernos entender su mundo de prostitución, ya imaginaba una historia en constante flashback y eso me preocupaba, pensé en que sería algo terriblemente aburrido. Me dio mucho miedo.

Un coche rojo, atrapado entre un poste y una camioneta blindada.

Me sentí un poco incomodo con Alejandra, últimamente hacíamos el amor, solo en los ratos que nos quedaban libres y eso eran unas cuantas veces al mes, a veces ni siquiera una vez al mes. Sentí vergüenza, sentí ganas de dejar a un lado esta estúpida idea de ser escritor, estas ganas casi enfermizas de entregarme a las letras, sentí deseo de perderme en un mundo más real, más crudo y agrio, donde pudiéramos hacer el amor a diario, sin importar los sueños. También pensé que si el trabajo se interponía con mis deseos y con mis pasiones, y sobre todo si se interponía entre Alejandra y yo y hacer el amor, tenía que abandonar el trabajo.

Nos fuimos a la casa. No era tan grave…

En uno de los pasillos del hospital, una pareja estaba haciendo el amor. Estaban de pie, ella recargada en una de las paredes y la cabeza hacia la misma pared, traía una falda corta, blanca y un calzón negro que le cubría los tobillos. El la penetraba con movimientos suaves, rítmicos, lentos. Mientras en el otro extremo unos cuantos heridos se estaban quejando, la sangre de uno de ellos le cubría la cabeza y parte del rostro, ellos la estaban pasando mal, sus heridas y sus miedos, les hacían  creer que habían visto el rostro de la muerte. Ni cerca estuvieron.

En el trayecto a casa le conté lo de los enfermeros, Alejandra me dijo que ellos la estaban pasando bien, pero uso un tono entre reclamo y melancolía. Luego me dijo que si yo, aún me portaba bien en el hospital, y la sentí distante, como si en ese momento la hubiera perdido para siempre. La deje en casa y me fui en mi coche, no tenía muchas ganas de continuar discutiendo, tal vez era momento de irme a un bar, tomar un whisky, platicar con algún desconocido y regresar a casa.

Encontré a Adriana desnuda. Un aroma a sexo se dejaba sentir por todo el cuarto, algo ligero y que flotaba por todo el ambiente. Ella estaba desnuda. El pantaloncito negro que usaba para dormir estaba en el suelo. Era muy fácil adivinar lo que había pasado.

Sonó el teléfono.

—Carlos, hubo un accidente, urge que te presentes.

—Sí, ya voy.

No logre reconocer la voz al otro lado de línea, pensé en tantas posibilidades, pensé en el accidente y en lo importante que podría o no resultar mi presencia. Me dije: siempre es lo mismo, como si yo fuera a resolver algo. Antes de salir volvió a sonar el teléfono. No pasaban de las diez, yo seguía en mi turno de hospital. Lo extraño de la llamada era que me habían marcado al celular, como si yo no estuviera en el trabajo. Me levante. Tenía mucha sed. El calor era insoportable allá afuera, pero mientras estuviera dentro del hospital, sentiría mucho frío. Tenía frío. Tome agua. Salí en silencio. Ya me había cansado de correr ante una emergencia. Más valía tomarme todo con calma, yo no estaba para salvar vidas, mi trabajo era sencillo, simple y se puede decir que hasta aburrido.

Un coche rojo, atrapado entre un poste y una camioneta blindada.

Volvió a sonar el teléfono y esta vez me dijeron, que debía apurarme, que era algo en verdad urgente, que la vida estaba en riesgo. No tarde mucho en ver las luces de la ambulancia, las luces de los autos patrullas que suelen usar los federales, autos gigantes, robustos, blindados. A estas horas los mendigos, seguramente ya se regresaban a sus casas y ahora era el turno de las prostitutas, ellas que solían contar todas las aventuras que esconden las noches de esta ciudad. Un coche rojo, incrustado entre un poste y una camioneta blindada, se me hacía una cosa sin sentido y el que me lo hubieran contado, así de la nada, sin que yo hubiera preguntado nada, me parecía una tontería. No dije nada. El policía me dijo que era imposible que alguien hubiera sobrevivido, que él manejaba la camioneta blindada, que sentía mucha tristeza. Me dijo que viajaba un hombre, que iba solo, que tenía el rostro inclinado sobre el parabrisas y el volante clavado en el tórax. Mientras los enfermeros, recargados en alguna pared del hospital hacían el amor, él la penetraba lentamente, cauteloso, evitando hacer ruido, ni un solo ruido y con los calzones negros que vestían los tobillos de la enfermera. Sentí celos.

—Un coche rojo, con placas 701 AGS atrapado entre un poste y una camioneta blindada—. El conductor no sobrevivió.

—Sí…

Unos de los oficiales heridos, tenía el rostro desfigurado, estaba cubierto de sangre. Por primera vez sentí un mareo y estuve a punto de desmallarme, me incliné, era inevitable, me vomité. La enfermera que antes hacía el amor, recargada en la pared y con sus calzones negros cubriéndole los tobillos dijo: está muerto.

Desperté de madrugada. Alejandra seguía dormida. Estaba confundido. Miré a mí alrededor. En el buró: La Metamorfosis de Kafka, los poemas de Pessoa, Rayuela de Cortázar. Estaba mi cama, la ventana. Mi auto en la calle. Otra pesadilla, pensé. Tomé agua e intente dormir.

Unos de los oficiales heridos, tenía el rostro desfigurado, estaba cubierto de sangre. Por primera vez sentí un mareo y estuve a punto de desmallarme, me incliné, era inevitable, me vomité. La enfermera que antes hacía el amor, recargada en la pared y con sus calzones negros cubriéndole los tobillos dijo: está muerto. Nos encogimos de hombros y decimos no darle importancia a este asunto.

Alejandra me dijo que había pasado una mala noche. Que escucho unas detonaciones, y luego un impacto fuerte, como si algo metálico se hubiera desgarrado. Me dijo que había escuchado el teléfono un par de veces, pero que estaba cansada y no le dio importancia. Luego le gano la tristeza, me dijo que ya era tiempo de solucionar las cosas, que esa noche deberíamos irnos a un hotelito, jugar a que somos amantes, infieles y que nos escondemos de nuestras parejas.

—Me parece una idea muy buena—. Le dije.

Se nos complicaron las cosas. Ese día en el trabajo, tuvimos un par de urgencias. Policías federales que había chocado su camión blindado y había recibido impactos de bala. Un conductor con la cara ensangrentada y una enfermera que horas antes había estado cogiendo-haciendo el amor en uno de los pasillos del hospital. Luego estaba lo de la novela. Me había costado mucho trabajo decidir cómo empezarla, pero ese día estuve trabajando durante toda la mañana, logre entender cuál era el inicio que yo deseaba y escribí durante seis u ocho horas, había avanzado en un par de capítulos, pese a que no me gustaba del todo. Seguramente la novela gustaría en cuanto la leyeran los de la editorial. Me sentí atrapado. Una telaraña estaba sobre mi cabeza. Me sentí viejo y ridículo, pensé en todas las cosas que estaba dejando de  hacer. Sentí mucho frío, sin importar que el calor fuera insoportable. Deseaba salir del hospital, llegar a casa, bañarme, tomar una o dos copas con Alejandra. Tome mi coche y me fui a toda velocidad a casa. Sonó el celular, era ella.

Un coche rojo, atrapado entre un poste y una camioneta blindada.

Alejandra se había cansado de esperar. Cuando llegue a casa ella estaba dormida y entre sueños gemía, era algo incontrolable, mencionaba un nombre, mi nombre quizá, sus dedos crispados, le acariciaban, hurgaban en ella, en su sexo. Era un orgasmo.

Me pare en una esquina, se me acerco una prostituta que me dijo: papito quieres un servicio. Luego escuche un sonido, un par de explosiones, una ráfaga de disparos, un metal que se desgarraba mientras se iba quedando atrapado entre un poste y una camioneta blindada, el conductor del coche pegaba su cabeza contra el parabrisas y su tórax clavado en el volante. Luego yo estaba de nuevo en el hospital como si fuera un sueño y la voz de la enfermera que en algún momento de esta historia yo la había visto con sus calzones negros vistiendo sus tobillos y su falda blanca levantada, mientras ella se recargaba en la pared y un enfermera arremetía contra ella, suave, sensual, rítmico, agresivo y con sus gritos atrapados, en un silencio sepulcral, en un silencio cómplice de la humedad que recorrían los muslos de ella, y su voz siempre su voz que repetía: está muerto, está muerto, está muerto. Sentí celos. Sabía que dentro de poco estaría  en otro sitio y sonaría el teléfono y me dirían: Carlos tenemos una urgencia, Carlos no te vayas, Carlos no nos dejes.

Un coche rojo, atrapado entre un poste y una camioneta blindada.

Un coche rojo, con placas 701 AGS. Era todo. Silencio. Otra vez el teléfono: Carlos tenemos una urgencia, Carlos no te vayas, Carlos no nos dejes.

Camine de regreso a casa.

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5.25

Desperté muy temprano. Pensé que a partir de hoy sería más fácil ponerme a escribir y sin embargo me la he pasado observando el monitor de computadora. Pensé en descubrir si es que traigo un pintor por dentro y entre todas esas cosas que sueño, me dieron ganas de contemplar la muerte. No es algo fácil. Ayer mientras estaba por salir al cine escuche detonaciones, era un enfrentamiento, no puedo asegurar de quien contra quien, lo cierto es que la muerte estaba revolucionada y se debió llevar a unas cuantas personas. Los imagino, tirados en la calle, con un arma cerca de ellos, con un zapato fuera de su lugar, lejos de su pie izquierdo y con el cuerpo ovillado, por laguna razón todo el que muere siempre hace lo mismo.

En el hospital es fácil sentir la muerte. Muchos llegan con un paso en la fosa, aunque ahora se acostumbre quemar los cuerpos, es más barato dicen. Hay que acostumbrase.

 

8.23

En vez de escribir, me puse a caminar como loco por toda la casa. Mi mujer estaba feliz y yo no sabía que hacer con las cosas de ayer. Mucho por escribir, eso fue lo que me dije.

9.21

Hasta este momento no escribo. Llevo toda una vida sin escribir. A veces intento leer. Ahora leo. Pero lo que más me gusta no es leer, sino haber leído. No todo lo que leo son historias de amor, leo de todo, a veces historias crudas, leo la vida de otros, pero lo mejor es cuando en esas lecturas me pongo a viajar, no me gusta viajar, me gusto al igual que lo ya leído, haber viajado. Pienso en la disciplina, sobre todo en las cosas que hago, pienso que si hago ejercicio, mi vida será más placentera en un futuro, pero es imposible dejar de comer. He desayunado la comida que me sobro de ayer. Es muy rica.

 

10.03

Deje de correr. Correr era perder el tiempo, entonces me dije que tenía que escribir, pero tampoco escribo, lo cierto es que lo intento. Antes corría más de una hora, 10 km en un lugar que decían que era una presa y ahora es parte de una autopista dentro de la ciudad, al río lo escondieron y aquel camino de tierra, ahora es un duro camino de asfalto y tienes que pagar si quieres andar en el. Tengo muchos planes, pero todos dependen de mis estados de ánimo, quiero escribir este año, al menos intentarlo, quiero ser diferente, disciplinado, pero eso es algo complejo. Hace unos días descubrí un sangrado en una vena del cerebro de un chico de 24 o 25 años, al parecer era en la vena Galeno, quizá tenía un aneurisma, el chico se levanto, dijo que le dolía mucho la cabeza y que no podría esperar más, que se marchaba de ese lugar. Espero que lo hayan salvado de complicaciones mayores. La muerte siempre existe, no fue algo que descubriera el día de ayer, la recuerdo desde mi infancia, cuando de niño, veía a mis primos cazar todo tipo de animales, la muerte más inútil, era cuando cazaban lagartijas y las abandonaban a mitad de camino, si un gato con suerte se atravesaba en ese momento, tendría un bocado caliente que se llevaría entre sus filosos colmillos. El resto de animales muertos, solíamos comerlos. Desde chicos nos comíamos a la muerte, a esa forma de muerte que cada uno conocía.

10.38

Leí por la mañana un mail, de una amiga que vive en Cuba. Me da mucha tristeza Cuba, no por su régimen político que no puedo juzgar, sino porque en estos tiempos todos deberíamos hacer exactamente lo que queremos, aunque no sé si los cubanos lo hacen o no. No hay mejor cura para el dolor y esa desesperación de sentirse atrapado. La única salida que encuentro es mucho sexo, tres veces por la mañana, es lo ideal, por la noche todo lo que se pueda antes de caer rendido., aunque esto es algo que no le puedo decir a mi amiga. Las prohibiciones deben ser abolidas, de todos los rincones del mundo, eso pienso.

Escribir es aferrarse a las ideas, de preferencia una de ella, no se puede escribir si uno no se aferra. Últimamente leo mucho y me pregunto sino estaré perdiendo el tiempo, si debería escribir más y leer menos, desde luego que no es una fórmula que deba seguir. Deje hace tiempo el taller de creación literaria, la verdad es que no le invertí mucho tiempo, lo que valía la pena de esos talleres era el acercarte a unos cuantos escritores y comprobar que son igual al resto de nosotros, no existe en ellos un halo mágico, ni nada que los haga ser diferentes. Deje el taller por dos razones, la más poderosa es porque me empecé a sentir estancado y comprendí que ya era el momento de ponerme a escribir, en el taller eso no me lo enseñarían nunca, la otra razón es porque me quedaba muy lejos, tenía que viajar catorce horas cada que asistía a una clase y otras catorce para regresar a casa. Llegue a pensar que podría suceder dos cosas de seguir en ese taller: una era publicar algo de lo que aún intento escribir y la otra, la más segura, es que me volviera loco.

 

11.27

Más tarde voy a trabajar. Aún no se que vamos a comer y si tendré tiempo para preparar algo. Últimamente el dinero me ha convertido en su esclavo, solo pienso en ganar un poco para comprar más libros, más tragos, más historias que escribir, porque de alguna forma el dinero compra lo que necesitas, pero nadie anda con un cartel en el pecho anunciando que vende historias. Hablando de libros. Me contaron que una amiga acuso públicamente a un ex amigo de haberle robado un libro. Al parecer era un libro de su escritor favorito e imagino que está escrito en checo, me dio mucha tristeza que las redes sociales sirvan para desacreditarnos, quizá no sea esa su finalidad. Yo tengo un ejemplar de ese libro, en mi idioma desde luego, y firmado por su autor. Me dieron ganas de decirle a mi amiga que no tenía porque hacer esas cosas, que si ella querría le enviaba el libro, que no tiene nada más que la firma y que quizá para ella tendría más valor que para mí, pero me supuse que de hacerlo me mandaría a la mierda y no estoy de humor para esas cosas. Lo más triste del caso es que mi amigo pretende ser escritor, y digo pretende porque ya cometió el peor error que puede cometer un escritor en ciernes cuando se roba un libro, y este es regresarlo. Si yo me robo un libro es porque siento mucho amor por ellos y no hay nada en este mundo que me haga regresarlo, es por convicción y no por orgullo que los escritores se forjan, si una persona me dice que le robe al amor de su vida, jamás se lo regreso, porque si lo he hecho es porque en verdad creo en las cosas que hago. Todo eso me ha dado mucha tristeza y de paso descubrí el carácter que tenemos cada uno en esta parte de la historia.

11.46

Más tarde debería escribir el resto de esta historia, el día apenas va a la mitad y yo necesito bañarme y quizá después de hacer lo necesario para estar a gusto por lo que resta del día, intente escribir algo, aunque escribir hoy en día es mucho más complicado que nunca y la muerte que siempre está presente, desde que era niño y yo me he convertido en un escapista y no me dejo de ver, aunque muchos me digan que es muy hermosa. Prefiero los favores de mi mano que hasta ahora es más poderosa. Silencios los minutos se va.

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Silencio. Todos los días lo mismo, trabajando, trabajando, trabajando, para ser millonarios. Hombres y mujeres orgullosos de las cosas que tienen: una hipoteca impagable, deudas por todos lados, todo se debe, pero todo se paga a meses sin interés, no existe mejor oferta. La única puta realidad es que todos hacemos más millonarios a unos cuantos hombres, por eso no me gusta el trabajo, yo preferiría masturbarme (que es lo mismo que hacerme una paja)  en esas horas, antes que trabajar. El infierno esta a ras de suelo, el cáncer de mama devora todos los sueño y qué decir del cáncer de próstata que termina por ser mortal y luego vienen las putas guerras y no hay tiempo de nada, ni siquiera un tiempo para tomarte una cerveza, una sola de ellas. La guerra es un infierno particular, es mierda, es gente muerta por la calle y es miedo y alegría, es pulsión de vida, costumbre, deseos, es sexo con cuerpos manchados de sangre, es desilusión y esperanza, es la otra esquina.

Había pasado todo un año tratando de escribir una serie de relatos que pudieran retratar lo que esta guerra significaba para mí y desde luego que mi visión no era para nada particular, es decir la guerra tenía más o menos los mismos matices en muchos de nosotros, así que empecé a escribir acerca de esta guerra como si yo fuera un niño, trataba de darle a mis relatos esa visión que tendría un niño de esta matanza, pero entendí hasta muy tarde que ese niño era un ser atemporal y digo esto porque los niños de hoy en día no tienen es supuesta inocencia con la que yo creo que hemos crecido los de mi generación. Ser niño hoy en día es alucinante.

Yo pensaba en esta guerra, como una serie de asesinatos. Aún no entiendo la razón, es muy fácil pensar en ella en estos términos. Durante muchos días, llegue a sentirme derrotado, pero es tan solo una sensación, no es nada que ocurra en realidad. Lo triste de esta historia es que la supuesta guerra contra el supuesto crimen organizado, solo ha servido para enriquecer más a los culos gordos de este país, todo aquel que tiene un negocio relacionado con la industria de la guerra se fue haciendo de más millones, empresas que traen del extranjero armas y municiones, hospitales privados, agencias funerarias, y una larga lista que incluye desde luego a los sitios de comida rápida se fueron llenando de dinero y también se convirtieron en blanco fijo de esta delincuencia. Y la triste realidad siempre es la misma, el pobre que cada vez es más pobre y que tenía que poner el culo para que alguien le diera de patadas, el pobre que no tenía más alternativas que trabajar para el gobierno, y disparar contra sus vecinos o el pobre que se volvía parte de la delincuencia que a su vez lo sub empleaba por unos cuantos pesos y una promesa de corta vida, después de todo a eso venimos al mundo: a morirnos y para alargar esta agonía tanto si nos podemos morir rápido.

Mis relatos se fueron agrupando en un serie interminable, había días que yo pensaba que si esta guerra terminaba pronto, esos relatos no tendrían ningún sentido, pensaba que era necesario darme prisa, escribir al vapor, pero desde dentro, desde la propia guerra, con sangre de la misma en mis manos, por alguna razón esa sangre llegaba a mis manos, pero no la velocidad con la que yo pensaba que debería escribir estas historias y es que la realidad, es que uno tiene que darle distancia a estos hechos antes de escribir acerca de ellos. Así que no tuve más opción que dejar madurar las ideas que fui atrapando y están a la espera de ser sino perfeccionados, si a la espera de ser contados con la distancia adecuada y con la voz de un niño, de estos niños que hoy en día tienen ideas alucinantes, en eso radica la diferencia.

 

Más valdría masturbarse que estar pensando en todas estas cosas. Más valdría verle las tetas a mi vecina o irme de putas o pasar toda la noche leyendo. Pero la vida no es conjunto de valores, la vida es ese instante que tienes que vivir, porque sino ya todo está perdido.

 

Intenté hacer poesía de todo esto.  La poesía dice demasiado en poco tiempo y yo necesitaba tiempo, necesitaba decir poco en mucho tiempo, es decir, mi necesidad se traducía en escribir una novela. Ahí estaba de nuevo esta situación de escribir, de sacar esos supuestos demonios que llevo dentro, la vida es una puta que cobra mucho por sus servicios. Mi vida. Los culos gordos de este país, se han ido enriqueciendo, creo que son los únicos beneficiados con esta guerra, una guerra que de forma casual no ha tocado los puntos turísticos, al menos no esos puntos donde la gente suele ir todo el año, los lugares digamos “más interesantes” del país, se puede ver con facilidad que todo esto sigue intereses de unos cuantos, que el país es una suma de muchos países y que hoy como nunca estamos divididos entre la violencia  y la vida más o menos cómoda y la vida con una serie de necesidades y eso si en una supuesta paz. Donde sea se cocina la delincuencia es lo que pienso.

 

Lo más fácil, es comprarse unas cuantas cervezas, sentarte en alguna parte de tu casa, hacer el amor con regularidad, ser un tipo alucinante, trabajar ocho horas y cuando haga falta, trabajar un poco más, verle las tetas a la vecina o a cualquiera que se parezca o no a la vecina, dormir y desde luego masturbarse.

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He realizado todo tipo de viajes,

me deje atrapar por un país en llamas, por un

país de hombres y también un país

de mujeres, he visto cosas horribles

he visto cuerpos descuartizados, lo mismo

en el país de hombres que en el país de mujeres;

y he oído el ruido constante, como el de un aleteo

que no es otra cosa: que el traqueteo,

y al mismo tiempo es, ese horrendo  vomito de un arma,

y es el sonido preferido de los caminantes nocturnos

que aman arrebatar vidas y dejar cuerpos desnudos,

cuerpos decapitados, cuerpos tirados,

cuerpos colgados, cuerpos inanimados,

cuerpos fríos, cuerpos sin alma;

he visto la peor maldad, que es ese algo para mi desconocido,

los he visto en estos viajes, los he visto

salir de mis sueños, los he visto disparar, los he visto

cortar un cuello, los he visto en su máxima

atrocidad, he visto  a ese hombre frío

quizá el más frío que la humanidad

ha conocido, lo he visto y me espanta su maldad

 

y la alegría de estos niños, nace en el dolor, en las lagrimas, en la vida segada

 

el recién nacido es despojado de su corazón,

no importa: sí es del país de los hombres o es del país de las mujeres,

porque la maldad los ha unido en un solo país, y ese país

le clava su veneno, le ahuyenta sus lamentos

y el recién nacido siente frío y calor al mismo tiempo

y sus manos son heridas y sus pies lanzados

al fuego para ya no sentir más el dolor;

estos niños que son el producto de lo que sembramos,

que son la alegría de los sicarios,

pues en sicarios es en lo que nos hemos convertido,

niños que fueron engendrados entre lagrimas negras y sangre,

entre dolor y muerte, entre esa pasión latente

entre el infierno y la tierra, y que no es el purgatorio,

sino este país de hombres, mujeres y muerte

 

me he convertido en un ser sangriento, soy un avaro

que va contando los muertos y que disfruta del lamento,

de los gritos, y me nutre esa tristeza, esa muerte violenta

y entonces voy envejeciendo y ella, la violencia

cada vez es más joven, inquieta, hermosa, indomable, perfecta

 

el amor y la compasión es una vieja envejecida

 

he viajado hasta lugares donde todo es un desierto,

donde el amor y el odio es lo mismo y si existe la compasión

nadie se da cuenta de su existencia y el temor es sentirse perseguido,

perseguido de noche o de día por los artificios

de esta maldad que hoy ya no nos duele

el terror y la alegría son uno mismo y ya no se esconden

y se atreven a vagar por esos laberintos sin amor,

laberintos donde lo mismo vaga el asesino, el amante, el noble,

el amoroso, el soñador, el pordiosero, la madre y el hijo recién parido

 

huimos en todas direcciones, pero nunca nos alejamos lo suficiente

 

nadie nos puede tocar, ni siquiera una bala

a menos que seas un enemigo declarado, un enemigo

que piensa que todo puede cambiar,

un enemigo que no cree en la vitalidad de estas muertes

un enemigo que no quiere ser clavado al nacer

un enemigo de esta forma de vida, ese enemigo

es el único ser vulnerable

 

todo pasa, todo lleva un ritmo vertiginoso, todo es como lo he dicho. He viajado.

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Llevo todos estos días tratando de encontrar argumentos que hagan interesante la novela que deseo escribir. Por un momento llegue a pensar que la idea de la infidelidad no era algo malo, pero de pronto me vi inmerso en pequeñas historias que en conjunto podrían dar la totalidad de una historia, más no la historia misma.  He pensado en una novela un tanto común y es eso quizá lo que me cansa. Una novela de acción, me gusta la idea de una novela negra e incluso he jugado un poco con el título. El caso es que no s eme ocurre gran cosa. La idea está en mi cabeza desde hace tres años. En un principio se trataba de un joven médico, que durante un choque pierde a su esposa y a sus dos hijas. Pero pienso que una historia de un hombre que pierde a sus dos hijas no tiene mucho sentido para una novela, es decir no tendría corazón alguno. Desde luego que la historia no la haría ese hombre que pierde a su familia. La historia  es una historia de choques en un principio. Así es como se supone que se iría tejiendo. Sucede que un fotógrafo choca contra el auto de una familia y este fotógrafo se baja del auto y ve morir a toda la familia y mientras los contempla en su agonía a él le da por tomarles fotos y nace en él esa rara afición por fotografiar los rostros un instante antes de la muerte. Una mujer gorda, que intenta suicidarse lanza su coche contra un muro de contención si saber que del otro lado del muro una pareja de amantes infortunados se escondían de los ojos de la sociedad mientras hacían el amor, la pareja muere en el acto y la gordita que deseaba suicidarse es llevada aún con vida a un hospital y la rescatan de las garras de la muerte. Un escritor que no es muy viejo, viaja a través de la frontera y su coche cocha contra una camioneta(troca), donde viajan un grupo de narcos, que se bajan y disparan contra el escritor y su novia, muere la novia del escritor y él es trasladado al hospital donde la gordita es llevada al mismo tiempo. Una historia de choque es cierto, pero también de coincidencias y la verdad es que esa historia todo el tiempo me parece vacía. Desde luego que el héroe de esta historia es una chica joven que investiga un extraño caso: una anciana prostituta le cuenta sus historias cuando ya no puede prostituirse, lo hace con la intensión de venderle sus historias, porque la puta quieres seguir ganando dinero, mientras le va contando sus historias, le menciona que ella tiene una hija, una hija a la que abandono en una casa de monjas en una frontera mexicana. La puta es del Brasil. Cuando la puta muere la heroína de esta historia viaja a la frontera mexicana para encontrar a la hija de la prostituta quien resulta ser una monja.

El fotógrafo llega a esta ciudad fronteriza, el mismo día que el escritor y la gordita fueron ingresados en el hospital. El fotógrafo sediento del rostro o del instante mismo en que ocurre la muerte se dirige al hospital donde se encuentran internados los personajes anteriores y resulta que el joven escritor es su amigo y ambos se cuentan sus tragedias y deciden formar una banda que luchara contra todos los abusos de estos narcos, su misión: es deshacerse de todos los narcos del país. El médico que es un cirujano plástico es invitado por uno de sus amigos al mismo hospital donde ahora se encuentran nuestros tres personajes anteriores, lo invitan para reconstruir el rostro de la gordita y para darle forma a la nariz del escritor que ha quedado destruido por uno de los impactos de bala. A veces pienso que debería empezar esta historia con cualquier cosa, no importa lo que sea o si se trata de un capricho, permitirme todo tipo de libertades porque entiendo que escribir es un acto de libertad un acto que una vez que se empieza  a dar se va transformando hasta llevarnos al punto que deseamos. El médico entabla una amistad con el escritor, con el fotógrafo y con la gordita, los artistas le cuentan sus intenciones de formar su banda para destruir a todos los narcos del lugar y el médico invita a la gordita a formar parte del grupo. Hasta ese punto me sigue pareciendo una historia vacía, una historia que carece de corazón, una historia donde se puede lograr un buen inicio, un buen final, un buen relato, pero en algún punto falla y eso no deja de darme vueltas en la cabeza, me sucede todos los días, así que me evito la tortura de seguir intentando escribir y me dejo llevar por una serie de relatos, últimamente he escrito acerca de la infidelidad, pero bien podría escribir acerca de otras cosas, al menos eso deseo creer.

El médico resulta ser un psicópata, un tipo que  anestesia a sus víctimas, pero sin hacerles perder el conocimiento. La idea es empalarlos, para después desollarlos, desde luego que les importa que se mantengan todo el tiempo vivos. Mientras él los tortura, el fotógrafo  va atrapando esos rostros en su cámara fotográfica, seguramente piensa montar una exposición, quizá esté pensando en el museo del horror. La gordita se vuelve amante del médico, pero en realidad está enamorada del escritor. El cerebro perverso de esta historia es el del escritor. La policía se empieza a encontrar con estos cuerpos por cualquier rumbo de la ciudad, incluso un día aparece uno colgado de uno de los puentes en la avenida principal. No hay notas. No hay culpables. De noche se desaparecen y en algún momento de la madrugada vuelven aparecer. Los jefes de plaza están encabronados y le exigen a la policía y a las autoridades que resuelvan el caso. Es en ese punto donde entra en acción nuestra investigadora privada, supongo que en estos tiempos aún es posible usar investigadoras privadas. Pues bien, nuestra heroína se encuentra en la ciudad, su búsqueda principal es para dar con la heredera de la puta brasileña, que resultara ser una monja.

Después de tres años de estar batallando con esta historia, que seguramente ya tiene todo un desarrollo en mi mente. Esta mañana desperté o mejor dicho abandone la cama con la seguridad de haber encontrado el corazón de mi historia. El punto exacto donde la misma puede existir. Quizá la idea con la que me he levantado el día de hoy es mucho más complejo de lo que yo espero, pero es un avance importante. Entendí desde luego la función de mi personaje. Pensé un poco más claro y si bien antes no lograba identificar con precisión la función que tendría el escritor en esta historia o qué demonios estaba haciendo la gordita en la misma, hoy puedo decir que todo está muy claro, aunque me parece que suena pretencioso. Sea como sea, durante el trayecto del día he olvida la mayor parte del argumento, lo cual es normal. Recuerdo algunas cosas y son esos olvidos los que no me permiten avanzar, quizá porque esta historia suele construirse en esos ratos de mi vida en los que pretendo estar dormido. El olvido en ocasiones me hace libre.

A estas horas lo único que tengo claro que toda esta idea no tiene una sola oportunidad en el carácter novelesco.

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Siempre me había gustado el trabajo nocturno. Salí del autobús en aquel lugar de Bogotá, llevaba apenas un par de días en Colombia y ya me sentía atrapado por ese ambiente de fiesta, de mujeres hermosas y de desvelos constantes, aunque suena un poco exagerado creer que el no dormir un par de noches es la gran cosa. Es de noche y yo estaba a punto de jurar que la suerte me había abandonado de nuevo. Mi compañera de viaje en el autobús se había bajado una parada atrás y se había ido llorando, el resto de los ocupantes me habían aniquilado con la mirada y seguramente me decían que yo era un hijo de la gran puta. Mierda. Eso era lo que me decían. Peor sabía la muerte, así que me dijeran mierda no me importaba. A ella la conocí en el vuelo de la ciudad de México a Bogotá. Una belleza en toda la extensión de la palabra. Aunque debo decir que la realidad dista mucho de mi descripción. Ella tenía una cadera grande y se notaba que su espina dorsal era perfecta, es decir fuerte y sin desviaciones, como quien dice, ella era muy joven aún. Tenía un gran trasero, lo único que desentonaba con ella era su rostro. Se cara era particularmente fea. Le dije que me habían invitado a Bogotá, una amiga que deseaba tener una aventura conmigo me había pedido que fuera a visitarla y ante la promesa de empalmarnos a cada rato, yo no podía negarme. Ella me dijo que mi lenguaje era el más soez que en su vida había escuchado. Lo cual a mi me importaba en lo más mínimo. Me dijo que ella no creía que una hermosa colombiana y aseguraba que era hermosa porque en Colombia no existen las mujeres feas, porque Dios se había encargado de repartirlas por el mundo y no había dejado a ninguna en su tierra, pues bien me dijo que no era posible que una Colombiana quisiera joder conmigo y que le disculpara ese lenguaje, que yo le parecía un hombre feo y además calvo. Luego me pregunto a que me dedicaba y yo le dije que era escritor y de inmediato me interrogo por el número de publicaciones y las correspondientes editoriales, le dije que eso no cuenta para que uno pueda ser escritor, que no tienes porque publicar para decir que eres escritor, que lo mío era algo más que un sueño, que escribía todos los días de 6.30 a 12.30 de la mañana. Eso no cuenta me dijo ella, eres quizá medio escritor, eso debe ser. Nos pasamos todas las horas de vuelo discutiendo, en una de esa discusiones, me dijo que ella no podría saber nunca si yo era en verdad un escritor y yo le dije que también me iría de este mundo con una duda acerca de ella: no podría saber nunca si era una puta, pero que toda ella olía a puta, su sudor, sus axilas, y su chocho.

—Hasta para eso careces de imaginación—dijo ella.

—Lo que me sobra es imaginación—le dije—lo que pasa es que tú no me inspiras nada.

 

Nos bajamos del avión y ella me invito a comer, me dijo que si  me atrevía, podría acompañarla a su departamento, que me prepararía algo verdaderamente delicioso.

 

—Señor, se usted a chupar los dedos—dijo ella

 

La verdad es que yo estaba deprimido, me había cansado de tantos sueños, de tantas promesas y hacía más de cinco o nueve meses que no la metía. Toda la culpa fue de una novia que me fue torturando con la idea del sexo libre. Al principio nos hicimos novios, después de que le rescate su puto gato que estaba supuestamente atrapado en la copa de un pequeño árbol. Cuando nos hicimos novios, me dijo que nada de sexo, que podría tocar, oler e incluso lamer todo lo que yo quisiera, pero meterla nada, que eso estaba prohibido. Con el tiempo me dijo que ella prefería que se la metiera, que cuando me dijo que no se la debía meter era para que yo se la metiera, que sino sabía la lógica con la que algunas mujeres piensan. Con el tiempo nuestro único pasatiempo era estar dándole duro al bollito.

 

—Venga, menéala—decía ella mientras gemía escandalosamente—menéala, menéala, no pares.

 

Pues bien esa chica logro desesperarme, porque llegado el momento, no deseaba hacer otra cosa que estar jodiendo. Decía que un amigo medico le había pronosticado ninfomanía, pero que ella creía que ese amigo médico estaba celoso porque ella nunca había dejado que él le bajara los calzoncitos. Yo estaba cansado y necesitaba descansar un poco, así que la abandone. Un día me desperté muy temprano y me fui de casa, sin avisarle a nadie, sin dejar algún rastro que sirviera para encontrarme.  A la colombiana la conocí por esas casualidades de la vida. Había ido con el dentista a que me hiciera la limpieza de los dientes y fue donde me encontré con ella, pasamos un largo rato platicando, nos vimos muchas veces e incluso llegue a quedarme en su departamento, pero nunca nos quitamos la ropa, nunca hicimos el amor. Ella había venido a México a estudiar una maestría. Eso fue lo que me dijo.

 

Nos fuimos a su departamento y ella me dijo: quiero que me acaricias la cuca.

 

Tenía un cuerpo endemoniado y estaba mejor que la muerte o mejor dicho que seguir haciéndolo con la mano. Era la segunda vez que tenía oportunidad de hacerlo con una colombiana y me preguntaba si volvería a huir. Ella me dijo: vamos mexicano, vamos calvo, muéveme la cuca. Ya estaba yo allí,  más valdría correrme un par de veces o hasta tres veces y la chica no estaba nada mal, tenía esas grandes piernas y ese hermoso culo y que decir de su cajita mágica, de su cuca, su chocha, su panocha como ella decía. Fueron dos noches intensas. Me dijo que ella no creía que yo fuera escritor, pero que lo movía muy rico, y luego me volvió a preguntar: suponiendo que ahora eres escritor, ¿qué era lo que hacía antes de ser escritor? Y le dije que nada y ella me dijo que antes de no hacer nada que hacía y le dije que pensaba en convertirme en escritor y ella dijo que no tenía remedio.

No me interesaba. Me dijo su nombre. Me dijo que yo era un pinche calvo y al final me dijo que me amaba, que me quedara con ella. Eso me espanto. Tome mis cosas y le dije que era hora de seguir mi camino, que en algún lugar de Bogotá me estaba esperando.

 

—Ay, calvo

¡Que no!, no pienso quedarme, no quiero seguir con esto. Yo. Hacía tiempo que no decía nada en primera persona y eso me hacía sentir bien.

—Duérmase un ratico mi amor—dijo ella—mientras me sobo la richofla.

 

Ella se bajo del autobús y yo seguí en mi viaje. Me baje una parada después, no por ella y tampoco porque estuviera decidido a continuar con lo que me había traído a Bogotá. Me baje porque la chica que se había subido en la misma parada que nosotros se bajo en ese lugar y porque yo deseaba hablar con ella, porque desde que la vi entendí que con ella mi vida estaría completa. Me presente, le dije: soy escritor, soy Carlos y como puedes ver soy calvo. Escribo poesía y soy muy malo o lo que sea que eso signifique. Nos hicimos novios. No hubo tiempo para negociaciones, me fui a vivir con ella y después de un tiempo me dijo que me tenía que ir, que su prometido estaba por llegar. Le doy un beso, le digo que la quiero. Me dice que es muy verraco que uno se muera de amor. Y yo estallo de felicidad.

 

Sueño con México, con todas las cosas que he dejado pendiente, sueño que soy un escritor famoso, que no tiene tiempo para andar viajando, sueño que soy un niño. Despierto y me importa un pito lo que eso signifique.

 

Me prometo que mi suerte ya no me lo volverá hacer. Y sé que se viene algo importante. dejó de llorar y pienso en un poema que aún no se ha escrito.

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¡Inútil! Nadie es mejor que él.  Su boca hambrienta y ausente de carmín, pues él no se pinta, me está llamando, desde lejos puedo descifrar  cuando dice mi nombre, esas seis letras que podrían contener y sostener el universo. Magia.

No es un tipo que sea del todo inocente. También carga sus culpas, sobre todo con las mujeres. Últimamente se había puesto a escribir historias de mujeres infieles o de hombres infieles que para el caso es lo mismo: infidelidad:  juego de alta traición. Se había puesto a escribir sin llevar cierto orden y habían algunas cosas que llamaban mi atención, como por ejemplo: que describiera unos ojos enormes, ojos oscuros, que no me dejaban más opción que llamarlos hermosos, luego describe los cuerpos y los nombres de esas mujeres, sus camionetas, sus casas, sus amantes, el olor de sus axilas, sus senos, su cajita mágica como él lo llama y todo parece apuntar a la misma persona: a mi vecina. Tal vez estoy equivocada y nada de esto es cierto y lo que tengo es un complejo, una especie de celo ganado por lo que él escribe y describe con tanto detalle. Desde luego que yo no soy una santa, mi madre me dice que soy una vampiresa, que le puedo chupar la sangre al vivo como al muerto, aunque yo he querido entender a que se refiere con eso de los muertos, supongo que son esos seres que no tienen voluntad, seres que se dejan llevar por los caprichos de otros y si es así, yo creo que mi madre tiene razón, aunque casi todos están como muertos. Que él escriba eso de las vasijas es mi culpa, pues yo siempre le he dicho que así me siento: como una vasija vacía. Un día mi madre me dijo que yo tengo la vasija llena de tanta sangre que he chupado, que soy una asesina, que si acaso no me doy cuenta. Me dijo: Conduces toda tu malicia sobre la voluntad de los débiles, y yo entendí desde luego que lo que ella quería decir es que mi vasija de barro estaba llena, porque el mundo está lleno de seres débiles. Que importa.

Luego vienes tú y me propones que tengamos sexo, así como si nada, con tu sonrisa estúpida y tu cara de niño bonito, bonito y rebelde me dijiste y yo pensé que de rebelde no tienes nada y te dije que me tenías que demostrar que eras mejor que él y lo único que se te ocurrió, fue decirme que tú no le tienes miedo al trabajo, que todos los días trabajas y yo te dije que lo peor en la vida es estar sin trabajo, que se debe ser valiente para no trabajar, porque pierdes mucho tiempo sin hacer nada y esas horas te pueden llevar al suicidio. No hacer nada en todo el día es un problema y grave. Pero él, no es enemigo del trabajo y si esta todo el día en casa, es porque trabaja, es porque escribir para él lo es todo y para mí también lo es y si tú creías que sería fácil tener sexo conmigo, pues estabas muy equivocado, bueno no del todo. Pero tenías que tener claro que no eres mejor que él y si hacemos algo no es porque él no pueda hacerlo, sino porque yo así lo deseo o lo quiero, que para el caso es lo mismo. Me dices que nadie me va a sentir lo que tú me harás sentir. Me dices tantas cosas y ahora ya no sé si lo imagine, pero estoy segura que me dijiste que me ibas a chupar las axilas y eso te juro que me ha dado mucha risa y también curiosidad.

No tengo claro muchas cosas, no entiendo por qué él empezó a escribir acerca de las amantes, aunque no era del todo de las amantes, más bien era acerca de la infidelidad, a veces pienso que sospecha algo, que alguien le ha dicho que tú y yo, hacemos esas cosas. Lo único que puedo decir es que yo estaba borracha, que tú te aprovechaste del momento, que aprovechaste que él seguía en casa escribiendo y jamás habría notado mi ausencia, no sino le llamo a las tres de la mañana para decirle que se había presentado una emergencia y que aún no podía salir del hospital. Yo creo que fue entonces cuando él empezó a sospechar. Tú siempre hacías lo mismo, sabías que unas cuantas copas bastarían para encender mi libido, para embriagarme, para llevarme a la cama y según tú enseñarme esas artes amatorias que te hacían diferente. Confieso que todo tú: eres un fracaso.

Yo fui una tonta, tú un aprovechado.

Cuando te dejó Mónica, la cosa se puso peor. Argumentaste que ella se había enterado de lo nuestro, que ella me consideraba su mejor amiga. Que ella lamentaba estas cosas. Yo no conocía en realidad a Mónica, había estado una vez en mi casa y no hacía otra cosa que coquetearle a él. Me di cuenta de todo, la vi deslizar su mano por su entre pierna, la vi tocarse con la punta de los dedos su cajita mágica como lo describe él, la vi masturbarse en mi baño, cuando de manera intencional dejo la puerta abierta para que él la pudiera ver desde la sala y se hacían un guiño de complicidad. Ella no era mi amiga, lo que si era, al menos para mí: una cualquiera, una zorra. Me dices que te dejo por lo nuestro y con eso tú renunciaste a tu idea de tener hijos, porque tenías claro que yo no deseaba tener hijos y lo que no tenías claro es que yo no deseaba vivir contigo y sin embargo me rogaste que lo dejara, tú que sabías que eso era imposible. Entre nosotros, nos perdonamos todo, incluso un error como lo tuyo, porque eso fue, un error.

Nuestro engaño era reconfortante, pero no lo era todo. Lo que más me gustaba eran las margaritas y la cara de imbécil que ponías cuando según tú me habías dado el placer más largo e incomparable del mundo. ¡Inútil! Eso es lo que eres. Incapaz de provocar un orgasmo. Lento, mentiroso.

No veo nada, no veo a nadie.

Él insiste en escribir esas historias. Quizá sea una catarsis necesaria. Quizá sea el puente para el siguiente paso, quizá esta vez lograra terminar su novela y ambos podamos salir juntos de casa, tomados de la mano. Lo que él hace es estar encerrado todas las horas posibles del día, a veces se le olvida bañarse y le digo, que le huelen mal los sobacos: ¡apestas cabrón!, ya báñate. Creo que a él nada de eso le importa, está sumido en sus historias, está perdido en un punto en el que parece no haber retorno y yo no lo puedo dejar, pues a veces creo quererlo, y otras veces creo amarlo, aunque la mayoría de las veces supongo que él me necesita, tanto como el río necesita del agua para seguir siendo río o como el cuerpo necesita del aire para seguir viviendo. A veces supongo que tengo que dejarlo, pero me duele pensar que a él eso no le importa, quizá yo este equivocada y todo esto sea por culpa de esa novela, de esa historia que parece que nunca avanza.

A veces me pregunto: ¿Y si nunca termina de escribirla?

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Lo he intentado mil veces y nunca he podido explicar de dónde provienen esos ruidos que hacen pedazos mis oídos. Un tiempo llegue a creer que se trataba de un grillo, solo uno. En otro tiempo pensé que era el zumbido de una bala recién disparada, solo que esa bala se disparaba constantemente y de forma infinita. Un médico, me dijo que la cosa era más simple, yo tenía híper-sensibilidad y entonces mis oídos estaban alertas, pendientes de todo lo que ocurría en mi entorno. Lo he intentado mil veces, pero esos ruidos, no me dejan dormir y en ocasiones pienso que lo mejor sería cancelar mis oídos, buscar la manera de ponerlos en apagado, desconectarlos, pero sin desconectarlo todo, que el resto siga funcionando.

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