Sonó el teléfono a las tres de la mañana. Me dice el enfermero que tenemos un paciente y que si puedo ir por él, argumenta que tiene muchos pacientes y que no se siente a gusto con su trabajo y que va a renunciar, lo escucho sin decir nada y antes de colgar, le digo que ya voy por el paciente. Yo soñaba con ser un escritor, no es que quisiera vivir de ello, pero deseaba poder escribir todo el tiempo, no hacer otra cosa y tenía que trabajar tres o más noches en la semana, tampoco era un trabajo desgastante, pero tenía que estar todo ese tiempo viendo como el tiempo se me iba de las manos.
Las cosas no eran sencillas, afuera, la gente se estaba matando, todo mundo te podía dar señas de lo que sucedía y te hacían unas descripciones terribles y proféticas e incluso delirantes. Ahora vivía en una ciudad sin tanta contaminación, pero no había vida literaria, incluso salir a un bar y tomarse unas copas era perder el tiempo, porque la gente no contaba otra cosa que no fuera algo relacionado con la violencia y cuando en las noticias nacionales nos dicen que han aprendido a tal o cual líder de alguna de las organizaciones criminales más importantes, nadie les cree, sobre todo porque el gobierno insiste en querernos mostrar a su equipo de inteligencia y nos restriega en la cara que la detención se ha hecho sin disparar ni una sola bala, como si los miles de cartuchos antes percutidos no tuvieran importancia y de paso minimiza a todos los muertos que no tienen que ver con el crimen organizado.
Volvió a sonar el teléfono poco antes del amanecer, yo no tenía ganas, así que espere el momento parta salir del trabajo y llegar a casa, desnudarme y meterme en la cama, no tenía ganas de pensar en nada ni en nadie y era casi seguro que este sería otro día más en mis sueños por ser escritor.