Alaba a su marido mientras yo la entretengo, ya dejo de ser adolescente, pero si ella pudiera se iría con uno a la menor provocación, se iría con un periodista aunque ya estén en peligro de extinción, y yo la abrazo, le estrecho la cintura, mientras que ella no deja de hablar de su esposo y de su histeria y su dolor de cabeza, infielmente me acaricia y no deja que mis ojos se poseen en su lencería, se lanza a bailar en cualquier fiesta y me deja sumido en un silencio al que no me quiero acostumbrar, ella se monta en cóleras, en estúpidos mensajes, en advertencias y se sume en mi silencio para no desgastar la imagen de su marido, porque ella lo alaba y lo siente y argumenta que esa es su vida, vida que ella eligió y después me hizo su amante. Ahora la deseo entrecortadamente, cuando me siento imbécil o cuando no pienso en nada, ahora la deseo en un silencio sepulcral, pero no me acerco a sus brazos, pues le tengo miedo al veneno que los aderezan.
Celosa, no habla de sus pesadillas y me cuenta su pasado de forma intermitente y difusa, dejando grandes espacios en blanco, su cuerpo se prolonga hasta confundirse con las sabanas de mi cama, me pide que no piense más en ella y de paso me recuerda que nadie entiende a las mujeres, que no, es si y que un sí, nadie sabe lo que es, se sienta en una habitación vacía porque le gusta estar sola, comiéndose los dedos para escribir mensajes una y otra vez y yo pienso porque no le muerdo el cuello y la desangro hasta el último aliento y dejo que mis manos recorran su piel y me meto en sus pesadillas, y me propongo hacer que nunca más duerma. Pienso en la traición y en la forma de no arrebatarla de su marido, pues no quiero sus histerias a las dos o tres de la mañana y mucho menos soportar el olor de la fertilidad y sus celos epilépticos, inconstantes, absurdos.
Ella siempre será infiel, sin importar que crea que con alabar a su marido la cosa cambia.
Abismos. Eso fue lo que construimos día tras día, dadivas de historias orientadas siempre a una pasión inoperante, porque ella siempre fue la que tenía el control y me hacía sentir su esbeltez ante el amor y yo lo único que lograba hacer, envenenarme. Su único deseo era ser adorada como la diosa de la traición y después lo negaba todo, argumentado que mi disfraz era desechable y de segunda mano.
Ella siempre será infiel, porque miente, porque ama la traición que sus dedos consuman a diario.