La peloncita se fue de la ciudad sin decirme adiós. La última vez la vi, estaba sentada, vestida de rojo y su mirada perdida, estoy seguro que se le notaba la tanga, pero nunca se levanto durante todo el tiempo que estuve parado casi frente a ella. Había matado a muchos hombres porque no le gustaban sus miradas, yo la habría matado a ella.
El amor era un cuento para idiotas. Lo que yo sentía por la peloncita no se puede clasificar como amor, primero porque no soy lo suficientemente idiota y segundo porque de ella solo me gusta su cuerpo, pero ella se fue y eso me dio mucho coraje.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez, tal vez perdí tres o cuatro veces el trabajo y más de una vez estuve cerca de ser secuestrado y una de tantas veces sentí el aliento fétido de la muerte sobre mi cuello. Regresaba de la ciudad de México, viajaba dos o tres veces al mes y el autobús venía fallando, después de tres horas de retraso, unos tipos se pararon, se rascaban la cabeza y antes de bajarse del autobús nos dijeron: de la que se salvaron putos. Nadie entendió lo que ellos nos querían decir y nunca lo habría entendido sino hubiera sido porque meses después comenzó a correr la notica del secuestro de pasajeros. Fue la última noche que dormí en un autobús. Viajaba para tomar un curso de literatura o mejor dicho un seminario de creación literaria, tenía esperanzas de conseguir un trabajo en algún periódico fronterizo y aunque las batallas por el poder, ya era franca a mí no me preocupa eso, lo que me tenía sin dormir eran las constantes llamadas, casi todas a las dos de la madrugada de los representantes de los bancos y que exigían el pronto pago de la deuda que había adquirido con ellos. Nunca me negué a pagar, pero no volví a tener un empelo confiable que me asegurar un sueldo por unos cuantos meses de manera ininterrumpida. Baje del autobús y nunca logre olvidar lo que aquellos tipos habían dicho, pensé, en esas palabras hay una historia, pero no fui capaz de descifrarla. Mientras caminaba hacia la casa, lo cual me llevo unos 35 minutos en total, pensaba en las posibilidades de escribir una buena novela, escribirla en menos de dos o tres semanas y desde luego venderla y que de ella hicieran alguna película y yo que no tenía intención de pagar deuda alguna, es decir si quería, pero mis intenciones eran otras pudiera continuar mi vida en otro lugar, pero los planes son planes y como casi siempre, quedan en eso, en algo que nunca se vuelve realidad. Yo creía tener claro el significado de muchas cosas y me e4stab volviendo en un ser insoportable o eso era lo que sentía.
La peloncita no se habría muerto de hambre sin mi ayuda. Yo nunca le había dado un centavo por sus servicios o por las horas que pasamos juntos, algunas veces estuve tentado, pero creí que de hacerlo la perdería, al final, la perdí, pero no por mi apatía económica hacia ella, sino porque ella decidió volver a las andadas y ya ven, contra eso nadie puede competir. Sus andadas no son otra cosa que volver al amor, aunque para mí eso del amor me parece tan patético. Cuando la veía usando tan solo su ropa interior, me volvía loco. No era tan generosa a la hora del sexo que uno podría pasar por esa tarea mil veces sin darse cuenta. Yo la consideraba ligeramente despreocupada de su vida o lo que era aún peor, la consideraba una artista que imitaba a la perfección el fingir orgasmos.
Cuando me entere que se había marchado, yo quería llegar a casa, tumbarme en el sillón y olvidarme de todo, pero mi casa es un lugar inapropiado, es un espacio muy pequeño y sucio, un lugar que con tan solo imaginarlo desalienta. No hice otra cosa sino esperar.
me dejas con ganas de leer mas, … en fin se me hizo corto … 🙂
HAY 2 PARTE?¿ siii !!!! lindo descanso querido amigo
quizá lo intente pero las segundas partes nunca me salen como yo quisiera…abrazos corazón
El que espera desespera o acaba por llorar … amigo
a veces es más cómodo llorar porque esperar no tare nada bueno, besos amiga
Tranquilo. Con los años olvida uno primero el nombre de las peloncitas, después las olvida por completo y termina por olvidar hasta las deudas que no pudo pagar al banco. Lo curioso es que no olvida uno lo que lee y le gustó.
Creas un buen suspense cuando narras. «De la que se salvaron, putos» se presta a un millón de historias y tú las puedes escribir. Ojalá las escribas.
Saludos desde el Polo Norte.