Tendría apenas veintidós años. Ojos azules, pelo castaño, sangre oscura y espesa en el suelo, a un lado de su cabeza. Ella aún no era mi amante. Su vestido era rojo. Era feo y apenas le llegaba por arriba de las rodillas. Había visto cadáveres de ojos abiertos, la muerte no era una novedad, cadáveres sin cabeza, colgados, balaceados, atravesados por un cuchillo, ahorcados. La muerte de ella no debería quitarme el sueño, no me iba a derrumbar.
Vivía sola. Sonreía como una niña. Solo una niña podría ser feliz. Había tenido el tiempo suficiente para inventar una mentira. Tres segundos. No recuerdo bien como nos conocimos. Ella daba las condiciones del tiempo en un canal local de la televisión. Quizá había llegado al hospital el día que su novio choco. La otra posibilidad es que le hubiera mandado algún mensaje mientras ella daba las noticias del tiempo, pero esa posibilidad es muy remota, además de que el mensaje debería decir algo verdaderamente interesante para que ella se decidiera contactarme y yo no soy precisamente de los que escriben mensajes interesantes. Sino fue el día que su novio choco, entonces fue el día en que la ciudad se volvió un caos.
Recuerdo que estaban cazando a un jefe de jefes, alguien pesado, al mismo tiempo en otra zona de la ciudad había un desfile a caballos. Parece que los caballos habían visto el rostro de la muerte en el aire, de otra forma no se explica. Se pusieron nerviosos y sus jinetes perdieron el control. Algunos heridos llegaron al hospital, un militar de apenas 19 o 18 años con una bala en el pecho que le corto los sueños y la respiración, uno más traía los estragos de una granada en la pierna izquierda de la cual fue necesario hacerle los honores pertinentes, llegaron un par de chicas, a una de ellas le había caído un caballo encima y le fracturo la cadera, era una niña hermosa, la otra se había caído del caballo y se pego en la cabeza, pero no tenía más daño que una ligera inflamación.
Entonces llego ella, debió de ser en el hospital, pues mi vida se centra en ese lugar. No recuerdo el día y mucho menos la hora, debió llegar por urgencias, supongo que platicamos, supongo que su voz suave se convirtió en un susurro, en un canto que encendía mis deseos y a la vez me no me dejaba ver con claridad lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Me dejo una tarjeta. Sus ojos azules me atraparon con la misma intensidad de esa mirada. Un día la llame y me dijo que deseaba verme, que había esperado por esa llamada durante mucho tiempo, que ella se acordaba muy bien de cómo y cuándo nos conocimos, que me lo contaría todo, pero que ese día no sería posible vernos porque tenía mucho trabajar por hacer. Nos hablamos dos o tres veces más, hasta antes de ponernos de acuerdo, de donde y cuando vernos al fin.
Llegue un poco tarde. Había tenido mucho trabajo en el hospital, los enfrentamientos constantes, nos mantenían ocupados con los heridos.
Baje del auto y ella estaba ahí, tendida en el suelo con su pequeño vestido rojo y sus piernas blancas abiertas, casi de manera impúdica, rogando porque mis manos las hicieran vibrar y le dieran el calor suficiente para que se pusieran levantar y andar de nuevo por toda la ciudad. Era la primera vez que nos veríamos como amantes, lo habíamos arreglado todo en nuestras largas charlas telefónicas y uno que otro mensaje que solía enviarle cada tres días. Nos gustamos desde el momento en que nos vimos, aunque yo ahora mismo no tengo claro de cómo y cuando fue. Era terrible la idea de no poder verme en sus ojos azules, porque ahora estaban vacíos.
Joder, se te aelanto alguien con la que no podemos luchar cuerpo a cuerpo
y si que se adelanto