Creo que no la vi. Me habían dicho que era fea en exceso, a mí eso de que alguien sea fea, me parecía una exageración. Olía a sangre y ella escondía la cabeza, tal vez pensaba que yo asociaba ese olor con su menstruación. A ella le gustaban los hombres, estaba loca por todos los hombres.
Ella presumía, eso era todo.
Había algo erótico en su historia. En cuanto al olor a la sangre, eso era algo íntimo. Yo había regresado de trabajar y necesitaba que alguien me ayudara a limpiarme el cuerpo.
Fue una semana complicada, se habían soltado, en toda la ciudad había una oleada de desordenes que se tenían que arreglar. Los contrarios, que a veces nos parecían que eran todos, estaban haciendo de las suyas. Vaciaban sus armas con la misma facilidad que se nos escapa un bostezo, y hasta no cazarlos a todos, yo no podría regresar a casa.
Esta vez fue una semana completa.
Al último que cazamos, me vómito en la cara, por eso fue que lo deje colgando de un puente.
Volvía a casa cuando me la encontré a ella, a la que todo mundo, le decía que era fea en exceso. Si llegaba tal y como andaba a casa, Isabella, me habría corrido inmediatamente, a ella le gustaba mi dinero, pero no mi trabajo, eso era lo que ella decía; yo creo que no le importaba en lo más mínimo nada de mí a no ser claro, el dinero. El sexo con ella era eso, solo sexo por el pago total de mis ganancias. Mi trabajo era duro, triste y la mitad de la gente del país parecía odiarlo, como si disparar un arma fuera cosa de otro mundo y luego matar era de lo más normal, todo el tiempo fue así, desde la revolución o incluso desde antes de la llegada de los españoles, siempre nos hemos matado y por nada. A Isabella no le importaba regresar con sus papas a Italia. Lo quería todo. Lo mejor.
Me encontré con la chica a la que siempre le decían que era fea en exceso. Le ordené que se subiera a la troca. Le ordené que limpiara mi cuerpo. Ella lo hizo de forma amorosa, pasó sus manos y su lengua por toda mi piel y se detuvo en mi pene. Luego me contó una historia: un africano (no estoy del todo seguro si era africano) le había contado que las mujeres en su país le chupan el pene a sus bebes cuando ellos tienen hambre o cuando lloran de forma desesperada, que al hacerlo lo liberan de todos sus males, que es como un acto casi mágico. Ella mi libero de mis males, se llevo mi pecado y mi estrés; y yo seguía sin verle el rostro.
Me fui a casa e Isabella me recibió exigiendo su parte del botín. A ella le preocupaba el dinero, que no me lo fuera a gastar con mis putas. Decidí cortarle las nalgas y los senos a Isabella, se lo merecía, además yo los había pagado, así que de alguna manera eran míos. Lo que era comible se lo di al perro y pedí que a ella, la arrojaran al río, una puta extranjera más, ni quien le fuera a llorar, luego sentí deseos que esa mujer de la que decían que era extremadamente fea me chupara el pene, me sentía triste, me sentía cansado y mande a buscarla
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