Ni modo, primero se fue y después murió. Nada me dolería de este mundo, nada que no me roce, estaba decidido; y siempre era más fácil decir: aquí me tocó vivir, que chingaos le vamos hacer. Luego esa idea de simplificarnos la vida, porque en lo simple radica el secreto de la felicidad. Ni que fuera una receta. A mí que no me vengan con esas chingaderas, le dije al agente del ministerio público, ¿qué es eso de que ella no alcanzó a decir quien la mató? Estaba loco por ella, era una chica simpática aunque no bella, común pues. Cabello abundante y negro, me volvía loco su cabello. Y nada conseguí con eso. Había algo erótico en su muerte, incluso inquietantemente intimo. Yo no la buscaba, tan sólo la había visto, eso era todo. Estaba loco por ella y nada conseguí con eso.
Siempre he tenido una imaginación morbosa y siempre me he animado a expresarla.
Lo que yo sentía por ella era algo erótico. Un deseo animal. Ella tenía miedo de morir. La primera vez fue la última vez. Ella con sus dedos entre sus piernas trataba de contener sus palpitaciones, trataba de reducir sus miedos, intentaba no llorar. Ella me dijo: tengo miedo de morir. Y quién diablos no tenía miedo, pensé.
Ella estaba muriendo frente a mí. No. Lo de ella no era un cáncer.
La habían seguido toda la tarde, ella estaba cansada de ese hombre feo. Era un feo raro, extraño, incluso extravagante. Aunque el que estuviera feo no tenía importancia. Ella me dijo que este sería el fin, su fin, que yo para ella era el borde, la entrada al abismo, su pasaporte. Me contó que ese hombre feo acostumbraba a levantarla a mitad de la noche y se la llevaba a su escondite, a su refugio y luego le pedía que le limpiara la sangre que él traía untada al cuerpo. Que le limpiara con su lengua. Ella se había cansado.
Le dije al ministerial que quería al culpable esa misma tarde en mi oficina. Ni modo, me dijo él. No se va poder—agregó. No me vengas con esas pendejadas le dije. Y cerré la puerta no sin antes decirle: aquí va a correr sangre, se van a chingar cabrones. Mi mujer, me preguntó que estaba sucediendo y le conteste. Nada. Ella volvió a preguntar. ¿Cuál es la diferencia entre algo y nada?
Vamos, que éste se lleva las palmas. Así se empieza un cuento, coño. Fantástico. Seguiré más abajo aunque deba dejar lo mío para después. Esto se está poniendo cada vez mejor.
No deje lo suyo compadre, que muchos queremos leer-le ya
¡Me refiero a lo que escribo y no publico! La novela que comencé duerme el sueño de los justos.
Yo hasta no leerla no le creo nada
Jaja… Y lo bien que hace. No hay que creerle a quienes suelen inventar historias.
se corre el riesgo de que nunca más me crean algo