Tenía claro que en este viaje algo iba a pasar, fue así desde que aborde el autobús. Nunca antes me había tocado un chofer de ojos azules, y mucho menos güero. El viaje a Paris había sido un caos, un fracaso descarado, mi idea de visitar la Torre Eiffel o el museo de Louvre, no se comparaba con mis deseos de quedarme a vivir en el viejo continente, pero sin nada a que afianzarme estaba condenada a ir y volver de nuevo, no importaba cuantas veces hiciera ese viaje o, a que lugares se me ocurriera ir, mi destino estaba sellado para siempre en las calles de esta ciudad.
Recuerdo que mis amigos se fueron a despedir, me regalaron unos cuantos globos, cinco en total.
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